Víctor Navorski (Tom Hanks) viaja a Estados Unidos desde la ficticia Krakozhia. Durante el vuelo, un golpe de Estado en su país natal invalidará su pasaporte, de forma que al llegar a la terminal neoyorquina de JFK, quedará entre la imposibilidad de regresar a su país, y la imposibilidad de acceder a tierra americana. Con el calificativo de inaceptable. Abandonado a su suerte en tierra de nadie.
Su historia se basa remotamente en la vida del ciudadano iraní Merhan Nasseri, quien estuvo años viviendo en el aeropuerto parisino Charles De Gaulle por problemas con su pasaporte, y en donde acabó por quedarse definitivamente una vez solucionada su situación irregular. Se estima que a Nasseri en la productora le pagaron unos 250.000 dólares por su historia, más que probablemente para tratar de darle vía marketing algo de realidad a la narración que recoge Spielberg.
De las posibles formas de acometer este encierro, el drama y la soledad se percibe sólo fugazmente durante los primeros instantes en que el personaje de Hanks es consciente de la situación en su país. Observando casualmente por los televisores del recinto imágenes de su tierra, algo de humanidad consecuente se deja entrever para volver al tono descaradamente cómico, con momentos de torpe edulcoramiento estomagante.
“Hoy en día necesitamos sonreir más y se supone que la misión del cine de Hollywood es hacer eso por la gente cuando se vive una época difícil”, declaraba Spielberg a propósito de la opción elegida. También que “después de Atrápame si puedes quería hacer otra película que te hiciera reir y llorar y sentir una emoción positiva sobre el mundo”.
Lo cierto es que en las risas resulta efectivo por momentos, simple en otros, y puntualmente llega a lo delirante. En lo de llorar las cosas pintan distintas. Acompañado por Jeff Nathanson de nuevo como guoinista tras Atrápame si puedes, rescribiendo éste el texto de Sacha Gervasi, sería interesante saber a cuál de los tres hay que culpar de los excesos que van socavando progresivamente a la cinta y que hacen que en la valoración global se evidencie una falta de mínimos en coherencia, no ya argumental, sino también emocional.
Si por un lado, de entre los compañeros de trapisondas que forman el círculo social de Navorski –que se irá ampliando hasta convertirlo en una suerte de mascota del aeropuerto–, alguno llega a ser una marioneta al servicio de un humor de corte Agárralo Como Puedas/Hot Shots, la desafortunada y forzada historia de amor que vive con una Catherine Zeta-Jones especialmente irritante y cortita de mollera reforzará la sensación de conglomerado mal medido en sus pretensiones de empatía, en lo que sí era una función que le competía controlar al veterano director. Pero lejos de percibir su caída en tradicionales excesos, ahonda en sus peores costumbres lanzándose sin miedo a revolcarse en ellas.
Hanks en conjunto resulta creíble en mitad de la intrascendencia y la sensiblería. Lamentablemente, cuando lo inverosímil es patente, regulares llamadas a emociones más serias sólo se reciben por el espectador más receptivo a pesar de sus buenas maneras. Enfrentado de forma irregular a un encargado del aeropuerto de exagerada inhumanidad, moderada sólo por grotescos rasgos de antagonista de dibujos animados, sus idas, venidas y quehaceres lograrán, gracias a las dos horas de encierro en la sala, hacernos participar por momentos de idéntico emprisionamiento innecesario.
Mientras unos lo padecen por incomprensibles problemas de burocracia, otros por una trama que se busca a si misma mucho más allá del tiempo imprescindible.