"Nothing Personal" se suma a varios títulos recientes que están alentando una discrepancia individual frente al mundo que, de ser plenamente coherente, sólo parece poder concretarse mediante la invisibilidad, la desaparición.
Ante la celebración incansable de la estupidez con que la plebe se ha acostumbrado a gestionar lo real, elevada por el verano y el Mundial de Fútbol a rango de histeria colectiva al borde del abismo, resulta natural que el cine lleve un tiempo haciendo apología de la soledad y el extrañamiento.
Mientras la masa se echa a la calle en tops y chanclas sudadas, ansiosa por clamar a los cuatro vientos su nadería intrínseca —tanto da si ante un pulpo vidente, el Día del Orgullo Gay, las Fallas, una sentencia del Constitucional, San Fermín o el Rock in Rio—, títulos recientes como Air Doll, El escritor, Villa Amalia y Shutter Island están sembrando la semilla de la sospecha en torno a los consensos imbéciles y corruptos que cimentan cuanto nos rodea, y alentando una discrepancia individual que a la postre sólo parece poder concretarse mediante la invisibilidad, la desaparición.
Nothing Personal insiste en ese tema, a través de la peculiar relación que establecen una arisca joven holandesa que vagabundea por Irlanda (interpretada por Lotte Verbeek) y un ermitaño (Stephen Rea). Una relación que algunos han interpretado conciliadora o equivocadamente en clave de simple melodrama sentimental, de feel good movie más sutil de lo habitual, cuando simboliza un enaltecimiento de la inexistencia en vida y su aprendizaje.
A lo largo de cinco capítulos (Soledad, El fin de una relación, Matrimonio, El comienzo de una relación, Sola) que, en sintonía con los caracteres de ambos protagonistas, están teñidos de tintes lacónicos, esquivos y no poco irónicos, la guionista y directora Urszula Antoniak desarrolla una historia cuya moraleja asocial corre pareja, sorprendentemente, a la propugnada por V de Vendetta; no importando que la realización de James McTeigue basada en la novela gráfica de Alan Moore y David Lloyd se ubicase en una distopía contra la que se rebelaban V y su discípula, mientras que los dos únicos personajes que pueblan Nothing Personal transitan una estricta cotidianeidad. Al fin y al cabo, como decíamos al principio, el día a día se ha convertido para cualquiera con unos mínimos de sensibilidad y experiencia vital en un cuadro de El Bosco.
En todo caso, las influencias expresas de Nothing Personal son otras, resaltando la de Agnès Varda: de Sin techo ni ley (1985) bebe el carácter femenino encarnado por Verbeek, y de Los espigadores y la espigadora (2000) la obsesión de Antoniak por fijar su atención en los desechos humanos o naturales, en aquello que el estruendo generalizado da de lado y que, como consecuencia, constituye el material idóneo con el que edificar un ámbito inédito, donde "no sentirse observado ni obligado a la charlatanería". Donde aún puedan cobijarse la reflexión, la ética, la belleza; lo mejor de nosotros mismos.
No siempre Nothing Personal cubre con éxito su apuesta radical. Sobran momentos afectados, tópicamente emotivos o epifánicos. Su resolución formal, en definitiva, no siempre está a la altura de sus planteamientos. Incluso así, no cabe sino recomendarla a todos aquellos que ya hayan descubierto, o estén dispuestos a descubrir, que "la soledad es el imperio de la conciencia" (Gustavo Adolfo Becquer) y que, por ello, es tan beneficiosa y connatural a los seres humanos, como inquietante y ajena a los innumerables simulacros de tales que abarrotan el mundo.