Gainsburg como película no es un biopic al uso, ni siquiera es un película complaciente con su homenajeado y ahí están sus mayores virtudes.
Resulta deslumbrante la manera en que Joann Sfar afronta la biografía del cantante, compositor, actor, director, showman y personaje controvertido de la cultura francesa Serge Gainsbourg. Sin duda, parte de esa originalidad está en el material que sirve como argumento de la película, un cómic o novela gráfica escrita por él mismo donde se percibe una gran admiración por el homenajeado pero a una distancia prudente y sin escatimar la capacidad de análisis sobre su personalidad.
Uno de las rotulaciones iniciales de la película anuncia que lo que vamos a ver es un cuento acerca de Serge Gainsbourg y en cierto modo es así, ya que asistimos un biopic imaginario de la vida de este controvertido compositor y bohemio. Aunque la narración transcurre de modo cronológico desde la infancia del cantante hasta su fallecimiento, sin faltar a la realidad de los hechos ni a los personas que lo protagonizaron, sus secuencias son una serie de fogonazos introspectivos enlazados por elipsis musicales que ilustran las distintas etapas del artista desde su mundo creativo interior.
Sfar acude a una especie de doble personalidad para expresar la fuerza creativa de Gainsbourg desde su infancia, cuando intuía que su vida de pianista de bar siguiendo los pasos de su padre algún día se trocaría en la de un personaje seductor e irreductible. Y así sucede, ya que Gainsbourg con el paso del tiempo pasa de ser un invisible músico de ambiente a uno de los mayores seductores y compositores del mundo, un personaje inteligente, provocador y autodestructivo que él mismo había construido y que acabó devorándole.
La magia de las tres cuartas partes del film radican en la arriesgada apuesta escénica de Sfar y su director de fotografía, Guillaume Schiffman. Con aires del cine del magnífico Michel Gondry y guardando similitudes con el clásico de Woody Allen Sueños de Seductor, Gainsbourg como personaje es desdoblado en la cinta en una persona real, inexperta e insegura, y un muñeco tamaño natural que representa su lado más canalla, talentoso y seductor. Las distintas experiencias de Gainsbourg llevan a ambas personalidades a fundirse en una, dando lugar a que la persona real se transforme en el muñeco canalla que él mismo había diseñado para superar su miedos.
Gainsburg como película no es un biopic al uso, ni siquiera es un película complaciente con su homenajeado y ahí están sus mayores virtudes. Como biografía, desvela las debilidades de su protagonista y sus obsesiones, algunas incluso infantiles, para terminar dejando un poso de comprensiva admiración por un hombre desbordado por su talento para componer y por el aluvión de sentimientos y pasiones que necesitaba para que éste aflorase.
Quizá los no que no somos conocedores de la cultura francesa y de la figura de Serge Gainsburg nos perdamos algo de su riqueza, pero como visionado ofrece los suficientes momentos poderosos, arriesgados y sorprendentes como para resultar fascinante en muchos momentos e ilustrativa en los demás.