Todos los leen, pocos los quieren. Puede que entre el colectivo cinéfilo haya una mayor proximidad al crítico de cine y que, al menos, cuando sus opiniones son diametralmente opuestas, estos entiendan algo mejor el porqué (el exceso de películas vistas, la distinta perspectiva…), y no les detesten de la misma forma. Pero en cuanto al resto de los lectores, la costumbre de pasarse por la columna de cine en los periódicos –sí, esas otras víctimas del momento– para ver qué dicen esos tipos renegones de opiniones extravagantes, se salda siempre con un comentario en contra del crítico en cuestión, y de la crítica en general.
En un artículo pasado de esta publicación a propósito de los críticos, ya se dijo suficiente de ellos a través de una tipología redactada en tono de humor. Pero lo cierto es que esta variedad, causada por los nuevos tiempos, ha tenido un efecto importante: un cierto ninguneo de la crítica, probablemente creciente. De poco apreciados a indiferentes.
Sin duda, si el público que era tradicionalmente lector y consumidor de los artículos ha pasado a ser redactor por obra y gracia del furor blog, la cosa se diluye. Demasiado cocinero para tan poco comensal. Además, si la cantidad pierde la proporción y pasa a ser excesiva, también pierde el valor o el interés, que es una de las dos cosas que siempre trae la cantidad. La otra, inevitablemente, afecta a la calidad: lo que algunos llaman críticas ha dado lugar a un vertedero en el que caben desde unas escasas líneas relatadas con poca pericia –que sirven para que algunos alimenten un sucedáneo de web generado por un programa prefabricado y cuadriculado– hasta todas las variantes que recogía el artículo que antes citábamos: pedanterías sin posible mensaje, oquedades absolutas, declaraciones irritantes en las que ni hay vergüenza para declarar en ocasiones que ni se ha visto la película, discursos a modo de digresión... entre otras perlas.
Este fenómeno de críticos-internauta "porque sí", profundiza en una tendencia que Internet ha ido puliendo a medida que se convertía en medio cada vez más simplista (y ya saben lo que hace la cantidad). De esta manera, su acepción de medio de comunicación ha pasado a ser no la de comunicar información -en profundidad, aprovechando el soporte-, sino agilizar la comunicación entre usuarios tendiendo a la parquedad como forma de llegar más y más rápido y consumir menos tiempo, que hay mucho que hacer. De ahí el éxito de Twitter y su limitación de caracteres, que algunos vaticinan ahora que sucederá incluso a los medios de comunicación (¿y sin estos, quien creará las noticias que unos reproducen? Oh sí, el ciudadano que pasa por allí, claro). En este caso, la crítica ha pasado a ser para esa corriente una mera excusa para fomentar la comunidad virtual, un punto de encuentro en que todo cabe únicamente para crear una conversación, en que unos pocos llamados redactores dedican su tiempo a proponer temas con mayor o menor habilidad, motivados en algunos casos por la limosna del encargado de recopilar blogs de todo tipo para, aprovechándose del funcionamiento de los indexadores (sí Google), ir ampliando audiencia por todo frente posible para tener su centro de visitas. Lo dicho, una comunidad virtual. Y ya. El triunfo de la cháchara sobre el mensaje.
Con todo esto es inevitable que la palabra crítica en mayúsculas haya quedado reservada sólo para los autores que ya tenían el nombre. Es el mismo proceso que se sigue en la música por mucha filosofía barata de la rentabilidad y las oportunidades inmensas que algunos hayan querido montarse: cuando todos concurren con sus maquetas, sólo los consolidados pueden defender posición. Habrá fenómenos puntuales que destaquen más por un mayor acierto a la hora de identificarse (intencionadamente o no) con las modas (véase Arctic Monkeys), el resto sólo serán eternamente aspirantes. En la crítica, entre tanto, sólo quedará la diferenciación que pueda hacer una pequeña parte de la audiencia que aprecie el esfuerzo de algunas webs por ser selectivas, y de algunos autores por equilibrar discurso y saber eludir todos los defectos mencionados. Aunque eso vaya contra el signo de los tiempos.