Película sencilla y sin alardes, ni siquiera el manido buenismo que impregna otros productos de este tipo.
Los británicos no han sido tan rápidos como los norteamericanos en hacer que su filmografía empiece a reflejar lo sucedido tras uno de los más terribles atentados que han sufrido, el que dejó cincuenta y nueve muertos en varias explosiones en Londres en el mes de julio de 2005.
Tampoco lo han afrontado desde el mismo punto de vista y género. En la mayoría de las películas norteamericanas se exaltó el espíritu patriótico y la labor de las fuerzas estatales, encumbradas a categoría de héroes (World Trade Center, Oliver Stone, 2006). Otros fueron depurados ejercicios de estilo (United 93, Paul Greengrass, 2006) o ajustes de cuentas con el poder en formato documental (Fahrenheit 9/11, Michael Moore, 2004).
London River, sin embargo, responde a un caracter más reflexivo y a un tono que remite al realismo social que han utilizado muchos de los cineastas británicos en las últimas dos décadas. De la mano del director de origen francés Rachid Bouchareb, London River aborda las consecuencias morales que debemos extraer de unos hechos tan contundentes como los sucedidos, a la vez que señala transversalmente a la intolerancia racial como uno de los posibles acicates de esta espiral de desencuentros culturales en que nos encontramos.
En su argumento, la madre británica de una posible chica desaparecida y el padre africano de otro chico no hallado se van encontrando en el recorrido por hospitales, juzgados y centros de ayuda intentando recopilar información sobre el paradero de sus hijos. Las pistas que van encontrando les llevan a descubrir que ambos eran pareja y convivían juntos.
De este modo, la reticencia inicial de la mujer de origen rural y de religión protestante hacia el africano musulmán se transforma progresivamente en respeto, al comprender la dimensión de lo sucedido y lo ecuánime del dolor que comparten, más allá de nacionalidades y creencias religiosas, ante la posible pérdida de sus hijos.
London River es un película sencilla y sin alardes, ni siquiera el manido buenismo que impregna otros productos de este tipo. Sencillamente muestra y equipara el dolor humano por la pérdida de un hijo más allá de cualquier diferencia cultural o de raza. Y de esa muestra sencilla del dolor, el espectador deduce su discurso humanista, sabio y conciliador.
Ante la preconcebida ausencia de recursos estilísticos en la cinta era importante contar con dos buenos actores que dieran vida a los protagonistas absolutos de la historia. Sotigui Kouyaté es un veterano actor que borda con su hieratismo el personaje encomendado. Brenda Blethyn es, hoy día, una de las actrices más importantes de su generación, y aquí vuelve a esculpir su personaje con una credibilidad pasmosa.
En su contra podemos alegar ciertas licencias en el guión y en la construcción de los personajes, como que una mujer del ámbito rural británico hable con fluidez el francés pero se asombre de que alguien quiera aprender árabe.
Asimismo, es de lamentar algun alguna decisión visual gratuita del director, como situar a los protagonistas en un pasillo subterráneo de la comisaría al conocer la delicada respuesta a sus búsquedas por aprovechar cierta sordidez de ese escenario natural.