Desprende un aire amateur sonrojante, por mucho que se quiera hacer pasar como homenaje casi autoparódico al género musical.
Tras irrumpir con fuerza en el panorama cinematográfico patrio gracias al guión de El otro lado de la cama (Emilio Martínez-Lázaro, 2002), el madrileño David Serrano dio el salto a la dirección con Días de fútbol (2003), a la que seguiría Días de cine (2007). Tras otro pequeño salto temporal, Una hora más en Canarias supone su tercer largometraje, en el cual se hacen palpables pocos cambios estilísticos respecto a sus títulos anteriores, hallándonos de nuevo ante una comedia con generosas dosis de enredo.
La protagonista femenina de esta producción –a quien da vida Angie Cepeda–, pese a estar casada, se encapricha con el amante con quien mantiene una relación desde hace un tiempo (Quim Gutiérrez), máxime cuando éste le comunica que van a dejar de verse definitivamente, ya que pretende estabilizar un nuevo noviazgo con otra chica más modosita (Miren Ibarguren). Lejos de renunciar a su amor, la joven sudamericana se aliará con su hermana para intentar desesperadamente que el chico no se aleje demasiado de su lado, aunque para ello haya que recurrir a todo tipo de elaboradas artimañas sentimentales y económicas.
Se aprecia en el filme un intento de repetir la fórmula que tan buenos réditos dio en El otro lado de la cama, es decir, la de combinar las situaciones de enredo amoroso con algunos números bailados y cantados que, sin embargo, aquí no convencen en absoluto, desprendiendo un aire amateur ciertamente sonrojante, por mucho que se quieran hacer pasar como homenaje casi autoparódico al género musical (con guiño a Todos dicen I love you de Woody Allen).
Tampoco destacan las situaciones cómicas, que en general se dejan ver con un ligero agrado, pero que no pasarán a la historia del género. En este punto, cabe nombrar la presencia de secundarios bastante más acertados que los actores principales: es el caso del argentino Eduardo Blanco, Kiti Manver o la propia Miren Ibarguren, que borda las escenas en que su personaje tiene estallidos de violencia. En cuanto a los protagonistas, Quim Gutiérrez nos descubre una vena cómica que podría dar resultados interesantes en el futuro. Lástima que sus dos partenaires no estén a la altura, convirtiendo demasiados momentos de la trama en un puro culebrón venezolano.
El gran problema de la película –dejando a un lado los forzados e innecesarios insertos musicales– es que no logra crear situaciones que impliquen al espectador, lanzándolo hacia la indiferencia más absoluta casi desde su mismo arranque. Así es muy difícil que nos importen todas las idas y venidas de los personajes, o las diferentes estratagemas que pongan en práctica para lograr sus objetivos.