Cinta apta principalmente para las generaciones de adolescentes que buscan el susto fácil en la sala de cine.
Hace tiempo comentaba el arriba firmante a propósito de Halloween: El origen (Rob Zombie, 2007) el parecido entre ciertas sagas cinematográficas y los yogures. Para abreviar aquella parrafada, resumamos diciendo que en este 2010 también ha llegado para Freddy Krueger el momento de volver a sus orígenes, limitándose al sabor primigenio del que le dotó Wes Craven en la primera Pesadilla en Elm Street, allá por 1984. Es decir, que la arraigada y preocupante falta de ideas de la industria fílmica norteamericana ha hecho necesario recurrir a un remake de aquel clásico del cine de terror.
Este back to basics llega después de que el despiadado asesino de las cuchillas y el jersey a rayas hubiera pasado a lo largo de una década de secuelas por las manos de directores como Renny Harlin o Chuck Russell, volviendo a recaer en las manos de su creador en La nueva pesadilla de Wes Craven (1994), ejercicio metacinematográfico que no pasaba de mera curiosidad. Asimismo, la búsqueda de nuevas fórmulas donde encajara este carismático villano –se probó suerte con una serie de televisión y con varios cómics de infausto recuerdo– llevó a que algunos incautos espectadores tuvieran que soportar la nefasta Freddy contra Jason (Ronny Yu, 2003), donde se enfrentaba a otro célebre protagonista de una saga terrorífica (Viernes 13).
Transcurrido poco más de un lustro desde su última aparición en la pantalla grande, llega la versión renovada del título original donde nacía Krueger. Echando mano del argumento de la primera y de la tercera parte de la saga, se ha elaborado una cinta apta principalmente para las generaciones de adolescentes que buscan el susto fácil en la sala de cine. No es de extrañar, pues, que hallemos un buen número de rostros imberbes –y poco expresivos en su mayoría–, reconocibles por provenir de diversas producciones televisivas estadounidenses (Sobrenatural, Smallville, Terminator: Las crónicas de Sarah Connor...), tratando de insuflar algo más de tirón en taquilla.
Una de las pocas novedades agradables del estreno que aquí nos ocupa es el giro de Freddy hacia un tono más serio, oscuro e inquietante, haciéndonos olvidar las payasadas puntuales de Robert Englund en algunas interpretaciones anteriores, y logrando que Jackie Earle Haley sume más puntos para un currículum que ya va teniendo algún que otro hito: Juegos secretos (2006) o Watchmen (2009) deberían ser sólo los primeros títulos de importancia para este californiano de indudable talento.
En cuanto al argumento en sí, se limita a revisitar la historia ya contada en las dos producciones antes mentadas, recuperando la misma trama pero negándose a alejarse mínimamente del sendero trazado por Wes Craven hace veintiséis años. Las situaciones son alarmantemente parecidas a las que se vivían allí –curiosamente, las únicas escenas algo impactantes son las que se copian literalmente del original–, y aun así hay pocos momentos dignos de mención, resultando un producto aburrido e insípido que se limita a repartir sustos a diestro y siniestro, como si la calidad de una película viniera determinada por los centímetros que haces saltar al espectador sobre su butaca.
La innovación brilla por su ausencia, y ni siquiera a nivel visual quedan fotogramas para el recuerdo. Se esperaba algo más del director Samuel Bayer, que ya había dejado su impronta en impactantes videoclips que desde hace años se cuentan entre los mejores del medio (no se pierdan la lista, que quita el hipo): Garbage, Smashing Pumpkins, Metallica, Green Day, Offspring, Cranberries... sin olvidar el mítico Smells like teen spirit de Nirvana. En definitiva, otra innecesaria versión moderna, carente de alicientes que la conviertan en algo más que un simple film para entretener a adolescentes impresionables.