Una obra adictiva, y narrativamente compleja, que transporta al espectador a un viaje insólito.
Siete años son los que ha empleado el cineasta Jaco Van Dormael en concebir su último trabajo. Más de doce nos separan desde que se estrenara su anterior propuesta, El octavo día. Después de su paso por el Festival Internacional de Cine Fantástico de Cataluña y por el Festival de Venecia, Las vidas posibles de Mr. Nobody se ha estrenado en los circuitos comerciales, una obra adictiva, y narrativamente compleja, que transporta al espectador a un viaje completamente insólito. Propone un recorrido inmenso que abarca desde la segunda mitad de la década de los 70 hasta culminar en un futuro lejano, concretamente a finales del siglo XXI.
La acción se sitúa en 2092, mientras el mundo espera la muerte televisada de Nemo Nobody, el último mortal del planeta, que cuenta con 118 años de vida. El anciano, cuyo rastro de su pasado ha desaparecido, será entrevistado por un periodista para averiguar quién es este curioso personaje. Será entonces cuando el señor Nobody reverberará sus múltiples vidas, con diferentes caminos por lo que optó seguir en su día y reflexionará sobre todos los errores que ha cometido en sus posibles vidas. ¿Cuál es su existencia verdadera?
Cronológicamente imposible aunque cinematográficamente impecable, Las vidas posibles de Mr. Nobody se revela como una conmovedora sinfonía de imágenes sensitivas cuyo eje vira en torno a las posibilidades de elección del individuo y el coste de oportunidad que cada decisión implica. Cada opción significa una nueva vida y cada vida conlleva nuevas elecciones, aún con sus múltiples agujeros argumentales, hasta configurar un entramado de existencias donde la relatividad del espacio y del tiempo confluyen en una misma dimensión.
La intención de Van Dormael es proponer una ecuación con infinidad de incógnitas sin solución posible mediante una única unidad matemática, el azar. Precisamente, porque rechaza otorgarle un sentido lógico a su historia y opta por lanzarse al vacío, ejecutando una poderosa metáfora sobre la creación mental de una obra. Y es que este peculiar Don Nadie asiste a la proyección de su propia vida y la moldea cual demiurgo para descubrir que no puede escapar a su destino. Es exactamente lo que ha hecho Van Dormael, construir un alambicado conjunto de cimientos para edificar las posibles arquitecturas vitales de su personaje a través de una desbordante imaginación.
Con holgura de medios y olor a superproducción, el realizador utiliza diferentes sintaxis al rodar, mueve la cámara a su antojo, cuenta con solventes interpretaciones (Jared Leto ofrece mucha más convicción de la que cabía esperar) y demuestra un hipnótico sentido visual para modelar este ejercicio de surreal metalingüística. La ingravidez recorre cada plano de este filme, en el sentido más amplio del término, para arrojar una oda a la vida, al amor y a las oportunidades perdidas. No busque, pues, el espectador una resolución a esta intrincada operación algebraica. Cualquier respuesta puede ser válida, cualquier cosa puede suceder. Igual que una vida cualquiera.