Despliega un abanico de ideas y de géneros que la convierten en un sugerente híbrido.
Vincenzo Natali va camino de convertirse en un exponente del cine fantástico de los últimos años. En Splice, su último trabajo, ha construido una fábula de ciencia-ficción sexualizada que aboga por revisitar el mito de Frankenstein y contemplar cómo la creación del hombre rompe todas las barreras de la expectativa. Pero, no contento con eso, decide llevar la historia hacia nuevas alturas planteando una serie de dilemas divertidamente perversos y estilizadamente provocadores. Ofrece una sorprendente lectura de los nuevos tipos de familias nucleares disfuncionales mediante el recorrido de la bestia protagonista y lucha, casi desesperadamente, por no convertir el argumento en lo que el espectador esperaría. Lo eleva hacia una humanización insólita que, sin embargo, baja la guardia en su tramo final, provocando un descenso precipitado.
Debido a un guión que goza de virtudes y defectos a partes iguales, Splice despliega un abanico de ideas y de géneros que la convierten en un sugerente híbrido, igual de humano e igual de fantástico que la creación de sus dos protagonistas. Aunque Natali hace descansar la acción principalmente sobre sus actores (notables Adrien Brody y Sarah Polley), la atención del espectador se desvía especialmente hacia ese extraño monstruo que calará en las vidas de sus progenitores. El realizador inicia esta relación paterno-filial mediante la consecución de un vínculo que empieza con el sentimiento materno de Polley hacia la infante criatura, para después transmutar su adolescencia en otro vínculo, esta vez incestuoso, con la figura masculina que ejerce de padre.
Toda la obra se asienta sobre unos ritmos completamente sosegados que, incluso, dan la apariencia de estar intencionadamente teatralizados. Tres escenarios le bastan a Natali para contemplar la evolución de su engendro mientras que juega a invertir los papeles de sus adultos y manipularles a su antojo. En este role-playing alucinado es donde el filme revela especialmente su inventiva y donde el aficionado encontrará la razón de ser de haber pasado por taquilla. En efecto, Splice es una de esas creaciones originales que bien merecen un visionado pero falla con una narración demasiado adulta y ralentizada, quizás por haberse querido tomar demasiado en serio.
Lastrada por sus ambiciones de ser una nueva vuelta de tuerca a la biología terrorífica que ya había propuesto Cronenberg en sus filmes iniciales, Splice se detiene en demasiadas circunstancias y acaba por caer en un tramo final desperdiciado por la acumulación de tópicos y la escasez de imaginación. Es como si la exploración de los riesgos del cruce de especies necesitara haber incurrido en demasiadas explicaciones así como en la tipificación de secuencias para mantener ese interés de vuelo alto, que es el que se hubiera merecido este producto.