Los Mercenarios

Resultó significativo que, en el pase de prensa madrileño de Los Mercenarios, los críticos que celebraron con más complicidad las deflagraciones, las amputaciones y la lluvia de balas que riegan sus imágenes, fuesen los pulcros pimpollos enganchados al Spotify y el Facebook. Los mayores de treinta años abandonaron la proyección como habían venido: con sus mochilas y sus lorzas a cuestas, y con el hastío pintado en sus semblantes.

Y es que, para los primeros, las action movies que hicieron su agosto más o menos entre Acorralado (1982) y La Jungla III: La Venganza (1995) ofrecen ya el sabor combinado de lo kitsch y lo prohibido. A unos jóvenes que tienen entre sus ídolos a los melifluos Barack Obama, José Luis Rodríguez Zapatero, Johnny Depp y Leonardo DiCaprio, que esconden bajo el manto de lo virtual las incertidumbres crecientes de lo real, y que han sido criados entre los algodones del doblepensar ideológico y representativo, no pueden por menos que llamarles la atención aquellos ochenta en los que las clases media y trabajadora de Occidente se sacudieron salvajemente a lomos de Ronald Reagan, Margaret Tatcher y George Bush los complejos en que les habían sumido durante las décadas previas el existencialismo y la contracultura.

Se vivió en aquellos años un materialismo desbocado del que fueron reflejos paralelos los chanchullos especulativos de los yuppies, capaces de eliminar miles de puestos de trabajo con una sola orden de venta, y las matanzas que John Rambo (Sylvester Stallone), John Matrix (Arnold Schwarzenegger en Commando), John McClane (Bruce Willis en la saga Die Hard) y demás juanes nadies anabolizados llevaban a cabo en películas que hoy cuesta creer pasaran los filtros de la censura comercial y se convirtieran en enormes éxitos.

Sin embargo, quienes vivieron ese cine en el momento de su estreno y con uso de razón, tienen claro que, aparte algunas obras maestras incuestionables fruto del talento de realizadores como Paul Verhoeven, John McTiernan y (ocasionalmente) Renny Harlin o Craig Baxley, la mayor parte del mismo era material de derribo fílmico y político que se exprimió hasta el aburrimiento, que el tiempo no ha tratado bien, y cuya remembranza generacional debería venir acompañada con una buena ración de crítica y relecturas si no quiere caer en lo patético.

Algo que elude Los Mercenarios, protagonizada, escrita y dirigida por uno de los supervivientes de entonces, un Stallone que lo está intentando todo para permanecer en el candelero: los primeros minutos del film juegan con las expectativas del público en cuanto a la violencia que espera poder contemplar y brinda algunos manierismos propios del Russell Mulcahy firmante de Ricochet (1991); pero el resto es un reciclado muy poco atrevido de títulos como los ya reseñados e incluso de las producciones que puso al servicio de Chuck Norris y Michael Dudikoff la extinta Cannon Group, lo que deja una pobrísima impresión.

Stallone ha logrado enrolar entre otros iconos a Willis, Schwarzenegger, Jet Li y Mickey Rourke, pero de ello no se deriva más que un (auto)homenaje complaciente. Además, el protagonismo termina por radicar únicamente en el propio Stallone y en Jason Statham. La historia, que enfrenta por encargo a los soldados de fortuna que lidera Sly contra un prototípico dictador centroamericano, carece de punto de vista y está pésimamente desarrollada. Poco ayuda una confusa realización que se debe por completo al trabajo de los montadores. Y las dos grandes escenas de acción (el ataque del avión y el asalto al palacio presidencial), pretendidas catarsis arrebatadas que habrían de saciar el apetito de los aficionados, delatan a gritos su arbitrariedad, su estar ahí porque lo exige la escaleta del guión.

Revisando la filmografía de Stallone, era obvio que le falta talento para llevar a buen puerto un presunto homenaje o ejercicio revisionista como el que nos ocupa. Repetir lo que se hacía veinte años atrás no tiene ningún sentido, salvo el de llenar las arcas a costa de la nostalgia y propiciar una nueva franquicia, de la que suponemos no tardarán en formar parte los citados Norris y Dudikof, los recelosos Jean-Claude Van Damme y Steven Seagal... Soñar no cuesta nada: Ojalá Quentin Tarantino hubiese sido el guionista y director de Los Mercenarios. Qué jugo se le podría haber sacado a una idea que, tal y como ha sido concretada por Stallone, únicamente nos hace lamentar el paso del tiempo, la inevitable caducidad de las modas cinematográficas, y el oportunismo de algunos.