Todo el tiempo que se ha tomado Ozon para el análisis de sus dos protagonistas se precipita en un desenlace inesperado y desigual.
Parece que François Ozon, además de seguir demostrando su versatilidad en cuanto a géneros y estilos cinematográficos, está variando las directrices de sus últimos largometrajes. Ya en su última obra, Ricky, nos proponía una lectura enrarecida de la maternidad. Ahora nos propone otra vuelta de tuerca respecto a la obligación de una madre de amar a su vástago incondicionalmente en Mi refugio, una obra reposada que pone toda su atención en los dos actores que la sustentan. Lo hace mediante el proceso que suponen los nueve meses de embarazo.
Las primeras secuencias muestran a una pareja de heroinómanos, Louis y Mousse, que llevan su adicción a las últimas consecuencias. Él muere de una sobredosis mientras que ella le sobrevive. Aterrada ante la muerte de su pareja, Mousse descubrirá que está embarazada y decidirá retirarse a la vida bucólica durante el embarazo. Allí recibirá la visita del hermano de su difunto novio. Se trata de Paul, un joven homosexual que compartirá su vida junto a la protagonista.
La obra está absolutamente cautivada por estos dos personajes. La cámara de Ozon persigue a estos dos enigmáticos caracteres, les escruta, les explora lentamente, tanto física como psíquicamente. Incluso hay momentos en que una secuencia constituye la atenta observación de sus cuerpos desnudos. Otras se detienen en una mirada, en un ademán casi involuntario. Son Isabelle Carré y Louis-Ronan Choisy los excepcionales actores (aunque él sea cantante que se inicia aquí en la interpretación) que provocan la adicción tanto en la mirada de Ozon como en la mirada del espectador. Sin ellos, Mi refugio no sería lo que termina siendo, un estudio impresionista de dos personas obligadas a la soledad.
Lo que Ozon quiere transmitir es esa huida de la vida pública en favor de un retiro que se convierte en eje neurálgico para el destino de su protagonista principal. Como ya podíamos ver hace escasas semanas en otra película francesa protagonizada por otra Isabelle, Villa Amalia, Mousse complementa la revelación de la muerte de un supuesto amor con el descubrimiento del nacimiento de otro supuesto amor, aunque de diferente calibre. Su novio fallecido será el vínculo que la unirá con Paul en una relación gradual que, incluso, se permite el lujo de rozar lo incestuoso. Ambos personajes obtendrán su redención a través del otro.
Mi refugio no contiene prácticamente nada más. Ni siquiera dedica esmero a los bellos paisajes que rodean a los personajes. Ozon sólo consagra todo su esfuerzo a este dúo asonante aunque, curiosamente, lo hace a través de una narrativa gélida y distante, casi imperceptible, que la mantiene casi en exclusividad durante su hora y media de minutaje. Sólo en su conclusión, Ozon se contradice. Todo el tiempo que se ha tomado Ozon para el análisis de estos dos personajes desguarnecidos se precipita en un desenlace inesperado y desigual, aunque no deje de suscitar cierto interés. Como guinda final, durante los títulos de crédito finales, ambos actores prestan sus voces a la canción que se convierte en himno del filme, analogía de esa unión etérea e imposible que le da la razón de ser a este filme.