Puro delirio: acción apoteósica, flashbacks dignos de un culebrón, situaciones insensatas de pánico nuclear, y una protagonista que ejerce como detonante de la anarquía que recorre de arriba abajo lo contado.
Hace apenas tres meses se estrenaba Un ciudadano ejemplar, escrita como Salt por Kurt Wimmer, y reseñábamos que lo más atractivo de aquella crónica de una venganza sin límites radicaba precisamente en su guión; que, como es habitual en Wimmer, sacaba de quicio los referentes y el género a que se adscribía, y sumía la ficción en los terrenos febriles y vindicativos del folletín, para desconcierto no ya del público sino del propio realizador de la cinta, F. Gary Gray, que no supo tomarle el pulso formal a la historia.
Sucede exactamente lo mismo en Salt, odisea de una operativo de la CIA (encarnada por Angelina Jolie) acusada repentinamente de ser agente doble al servicio de los soviéticos, lo que la obliga a huir y… ¿Demostrar su inocencia? ¿Confirmar las sospechas de sus ex-compañeros? ¿Reunirse con su añorado esposo? ¿Cometer un magnicidio?
Wimmer vuelve a confirmar su cinefagia, en este caso aplicada al formato del thriller de espionaje, al batir en su licuadora creativa porciones de James Bond, Jack Ryan, Jason Bourne, Ethan Hunt y hasta el Dr. Richard Kimble de El Fugitivo —película que comparte con Salt al responsable de su banda sonora, de nuevo un excelente James Newton Howard— con el objetivo de forjar un flamante personaje icónico del género, Evelyn Salt.
Pero no ha podido o no ha querido poner la tapa mientras elaboraba la mezcla, y los fotogramas han quedado regados de puro delirio: acción apoteósica, flashbacks dignos de un culebrón, situaciones insensatas de pánico nuclear, y una protagonista inaprensible que ejerce mayormente como deux ex machina de la anarquía absoluta que recorre de arriba abajo lo contado, para regocijo del espectador que sepa leer la clave en que apoya la partitura, sobre la que da una pista el detalle esencial de que Salt se remita a estas alturas a la Guerra Fría: puro kitsch.
Basta recordar dos de las aventuras del citado Jack Ryan, Juego de Patriotas (1992) y Peligro Inminente (1994) —dirigidas como Salt por el australiano Phillip Noyce— para apreciar hasta qué punto la figura del agente secreto se integraba hace unos años en la narrativa que le daba vida, mientras que hoy la grafía habitualmente precisa de un realizador como Noyce pierde el aliento y sucumbe a la aceleración trémula que caracteriza Salt.
Una película que cabría calificar de superrealista, dado que trasciende cualquier aspecto verosímil o lo retuerce sin piedad; lo verídico, lo referencial y una imaginación descontrolada se interrelacionan desprejuiciadamente en nombre de la diversión.