La factura, hecha a mano con lápices, ideas y decisiones cromáticas, es la clave de esta pequeña joya.
Fue la gran sorpresa de los Oscar al aparecer nominada junto a las grandes potencias de la animación norteamericana. Numerosos premios venían avalando su trayectoria. Ahora, por fin, se estrena en nuestro país, con una difusión más que limitada, The secret of Kells, una apoteósica obra de animación que supone toda una vuelta al cine de trazo a mano alzada tradicional. Contrariamente a todos los filmes de animación digital en 3D que inundan las pantallas, estamos ante un retorno a las formas clásicas del dibujo.
Su argumento cuenta la historia real -aunque pasada por un tamiz de ficción- del libro de Iona, un documento que honoraba al Santo Columba en el siglo VIII, en Escocia, y la odisea que vivió éste para ser completado como obra magna de la historia. A raíz de una invasión vikinga, el libro fue trasladado durante el siguiente siglo a Kells, una localidad irlandesa que luchaba por protegerse de cualquier ataque bárbaro. Pese a los esfuerzos de la comunidad, esta invasión no pudo ser lidiada y el libro vivió las repercusiones. Perdió las cubiertas elaboradas con oro y piedras preciosas pero sobrevivió ala confrontación. Actualmente, el libro se conserva en excelente estado.
Lo que describe esta obra es el proceso ficcionado de las vicisitudes del documento sin precedentes en la historia celta a través del protagonismo de un monje de doce años de edad, Brendan, que vivía en la aldea fortificada de Kells, bajo la tutoría de su tío, el abad Cellach. La película inventa una suerte de historia alternativa que narra cómo el monje infante contribuyó, mediante una serie de aventuras, a la conservación del texto.
The secret of Kells no sólo apuesta por un regreso a la animación clásica sino que despliega toda una imaginería de figuras basadas en un dibujo geométrico y hierático, casi anacrónico, que se inscribe en la pintura medieval, y entronca sus virtudes con la abstracción geométrica de las vanguardias históricas del arte. Su despliegue consiste en un torrente de imágenes que incide en la magia del dibujo surrealista, cercano a lo onírico, dando forma a un mundo propio de colores, formas, y ceras para describir un pedazo de la diacronía celta.
Estamos delante de una obra concebida para que sea disfrutada por un público adulto. Sus imágenes están hechas para sugestionar, además de verter una narrativa compleja e imperceptible que parece no querer contar prácticamente nada. Pero su argumento es lo que menos interesa. Por ello, hay que recomendar encarecidamente que los progenitores alejen de esta propuesta a sus hijos. Lo que propone The secret of Kells es un viaje audiovisual a una parte de esa cultura perdida, mediante un túnel del tiempo dislocado y preciosista.
Si bien su argumento provoca una sensación de carencia en cuanto a la verdadera historia de lo que explica, su imaginería es lo que suple los vacíos de su guión. Mediante una estética que rebosa magia por sus cuatro costados, la gran virtud de esta coproducción se acoge a su delicioso poder de fascinación. La factura, hecha a mano con lápices, ideas y decisiones cromáticas, es la clave de esta pequeña joya. El público infantil podrá sentirse fuera de lugar con su visionado pero el ojo cinéfilo sabrá apreciar sus talentos innatos. Disney, probablemente, haya enrojecido de envidia con esta película. No es para menos.