Woody Allen es demasiado inteligente como para creer, pero también sabe que hacerse preguntas supone abrazar la infelicidad. Su cine último transita por ello argumentalmente la línea que separa el angst existencial de la inconsciencia.
A punto de cumplir setenta y cinco años y con casi cuarenta realizaciones en su haber, a Woody Allen cabe considerarlo cada vez menos artista y más humanista; menos interesado en el poder dramático y estético de las imágenes, que en su conveniencia significativa.
En sus películas recientes —Todo lo demás (2003), Melinda y Melinda (2004), Match Point (2005), Scoop (2006), Cassandra's Dream (2007), Vicky Cristina Barcelona (2008), Si la cosa funciona (2009)—, Allen apenas ha hecho otra cosa que plantear una dialéctica entre dos actitudes vitales contrapuestas, sin preocuparse en exceso por la elaboración o la originalidad de los recursos audiovisuales con que desarrolla su opinión sobre ambas: a veces, como en Match Point y Cassandra's Dream, todavía parece confiar en lo cinematográfico, y su optimismo creativo ejerce de acicate para la conciencia moral del espectador. Otras, como en Scoop o Si la cosa funciona, el realizador neoyorquino es presa de un nihilismo en lo relativo a las motivaciones reales de las personas del que da cuenta su desidia formal.
Kant escribió que "es una grande y necesaria prueba de perspicacia y de inteligencia el saber qué cuestiones pueden ser formuladas razonablemente", y Allen puede que se esté preguntando desde hace unos años si, en lo relativo a la condición humana y la suya propia como cineasta, vale la pena formular nada de manera razonable, diligente, o si será mejor apostar por el laissez faire, por cualquier cosa que funcione.
Conocerás al hombre de tus sueños redunda en esa disyuntiva, a través de la historia de dos matrimonios en bancarrota o al borde de la misma, cuyos componentes tratan de abrazar a toda costa la felicidad soslayando lo real en favor de sus fantasías más autocomplacientes.
Los resultados serán casi unánimemente catastróficos, salvo para el único personaje que no se entrega a la razón instrumental, al abuso egoísta y torticero del pensamiento para la consecución de ciertos fines. La provecta Helena (Gemma Jones) preferirá abandonarse a la ilusión, la magia, lo irracional, y gracias a ello salvará su alma. Por contra, su ex-marido Alfie (Anthony Hopkins), su hija Sally (Naomi Watts) y su yerno Roy (Josh Brolin) serán castigados a sufrir el infierno sobre la tierra en virtud de sus ambiciones.
En Conocerás al hombre de tus sueños, Allen construye personajes que apenas son tales sino expresiones de sus inquietudes, así como pálidos reflejos de los que poblaron lejanas obras maestras como Hannah y sus hermanas (1986) y Maridos y Mujeres (1992). No tiene demasiado interés en forjar una narración consistente, llegando a dejar cabos sueltos y a apoyarse de nuevo con descaro en la voz en off. Las interpretaciones son irregulares, y de algún actor (Brolin) podría decirse incluso que está mal escogido para su papel.
Son síntomas de cansancio, de un entendimiento lúcido en cuanto al absurdo de su labor, que aun así Allen no puede dejar de practicar. Quién sabe si por no detenerse a pensar, o por motivos exclusivamente pecuniarios. Y, sin embargo, es también esa lucidez la que siembra la película de instantes espléndidos, de planos en que las emociones más hondas quedan al descubierto, de percepciones sobre nuestra fragilidad de inauditas compasión y crueldad.
"Dicen que no hay que hacerse preguntas sino rezar", cavilaba un personaje de Tolstoi en Las memorias de un loco. Allen es demasiado inteligente como para creer, pero también sabe que hacerse preguntas supone abrazar la infelicidad. Por ello, su cine último transita argumentalmente la línea que separa el angst existencial de la inconsciencia. Conocerás al hombre de tus sueños aboga por lo segundo. Pero resulta inevitable no pensar en la contradicción que supone alabar la inconsciencia a través de una voluntad creadora inquisitiva e inquebrantable... La pescadilla que se muerde la cola.