Las escenas de Depardieu con su compañera de reparto, la nonagenaria actriz Gisèle Casadesus, probablemente justifican por sí solas la existencia de esta cinta.
Estamos teniendo la suerte de recibir con regularidad las últimas películas del cineasta francés Jean Becker. Si bien esto sólo sucede en las principales capitales donde hay un circuito de cine en versión original más o menos fluido, es destacable que estas pequeñas películas del director octogenario recalen en España y sean bien recibidas por el público.
Hace ya muchos años que Jean Becker realizó cine negro, thriller y otros géneros, así como una notable carrera como realizador publicitario. Sin embargo, a la edad de sesenta y cinco años rodó La fortuna de vivir (1998), y a partir de ese momento, su filmografía giró hacia una única temática, la del reconocimiento de los valores auténticos de la vida sencilla para la consecución de la felicidad.
Bajo este signo se encuadran sus últimas realizaciones Conversaciones con mi jardinero (2007) y Dejad de quererme (2008), así como Mis tardes con Margueritte. Tal y como ha sucedido en las películas mencionadas, para esta cinta Jean Becker tampoco ha escrito un guión original, sino que adapta una novela donde obtiene los ingredientes temáticos que le son de interés.
En esta ocasión, es la novela homónima de Marie-Sabine Roger la que sedujo al cineasta, una historia que en la que una anciana lectora y un hombre con cierto retardo mental traban una amistad mediante la cual la anciana consigue cultivar la mente del hombre (el título original de la película es La cabeza yerma) a través de la lectura en voz alta de varias novelas.
De nuevo Becker nos alecciona sobre la pobreza y poca importancia de los asuntos que nos consumen la mayor parte de nuestro tiempo para llamarnos la atención sobre los que realmente son importantes: los principios filosóficos griegos de verdad, belleza y bondad.
Con estos mimbres es natural que Becker recurra a una puesta en escena sencilla y naturalista, de fotografía e iluminación cálida y guión cuyas secuencias transcurren en una temporalidad lineal, con la excepción de algún flashback sobre la infancia de Germain (Gerard Depardieu), su protagonista. En este caso, lo importante es lo que se cuenta, sin distraernos con el cómo se cuenta.
Donde sí se esfuerza el realizador es en la elección de sus protagonistas, pues sobre ellos descansa su discurso. Y no suele fallar, ya que lo más granado del cine francés pasa por delante de su cámara: Daniel Auteil, Albert Dupontel, Jean-Pierre Darroussin...
En esta ocasión ha sido el orondo y chiflado actor Gerard Depardieu el que ha encarnado al protagonista. Y no podía ser de otro modo ya que éste se pirra por estos personajes tan cercanos a la simpleza y los placeres terrenales. Depardieu se mostró entusiasmado tras leer la novela, del mismo modo que se reconoció en las fechorías de Torrente cuando un productor le enseñó las películas de Santiago Segura para intentar adaptarlas al cine francés.
Su presencia llena los espacios por donde pasa, como llena los fotogramas en los que aparece su cuerpo descomunal y su gestualidad infantil. Las escenas de Depardieu con su compañera de reparto, la nonagenaria actriz Gisèle Casadesus, probablemente justifican por sí solas la existencia de esta cinta.
Alrededor de ellos, de su historia de amistad, ternura e interés intelectual, queda un retrato costumbrista amable de la Francia rural, una reivindicación de la relación materno-filial como vínculo último del amor y una defensa cerrada de la lectura como fuente única y fiable del conocimento y la ampliación de la experiencia humana.