La película decae bastante cuando se prescinde de la acción, y acaba resultando un filme de ritmo irregular.
El director Neil Marshall se ha caracterizado hasta este momento por su querencia hacia un tipo de cine con sabor a serie B que combina acción, suspense y aventura. Títulos como Dog soldiers, The descent o Doomsday: El día del juicio han dejado patente que el inglés se encuentra bastante a gusto situando las historias que crea en esas coordenadas, aunque luego los resultados artísticos no acaben de acompañar y en sus trabajos apenas quepa destacar algún que otro elemento curioso por encima de la mediocridad predominante. De todos modos, nos preguntábamos qué podría hacer Marshall en un género como el peplum.
Centurión nos sitúa en el siglo II de la era cristiana, narrándonos parte de los esfuerzos de los ejércitos del imperio romano para doblegar a los feroces pictos, tribu nativa del norte de Britania. El protagonista de esta historia se une a la Novena Legión romana para realizar un ataque en territorio picto, pero las cosas no salen como estaban planeadas, y el centurión acabará formando parte de un reducido grupo de supervivientes que intentan desesperadamente huir de un enemigo despiadado que sabe defender su territorio con uñas y dientes.
Hay que destacar ante todo el aire de sobriedad y relativa naturalidad que se ha buscado en la ambientación o en el vestuario, que no producen vergüenza ajena. La buena labor de fotografía nos sumerge en los bosques brumosos de Gran Bretaña, donde casi nos envuelve la misma niebla que a los personajes. Tampoco son desdeñables las hermosas vistas panorámicas que se insertan en determinados pasajes, aunque suenen a ya vistas (la trilogía de El Señor de los Anillos puso el listón muy alto, y no únicamente en ese punto).
Entre los actores –ninguno especialmente inspirado, pero tampoco bochornosos– cabe nombrar a Michael Fassbender (Malditos bastardos), Dominic West (de la excelente serie televisiva The wire) y Olga Kurylenko (Quantum of solace), que pese a interpretar a una exploradora muda hace gala de su buena forma en los combates. Eso sí, se echa en falta un desarrollo más trabajado de la personalidad de cualquier personaje que pasa por delante de la cámara.
La película decae bastante cuando se prescinde de la acción, y acaba resultando un filme de ritmo irregular que intenta ser respetuoso con el punto de partida –de hecho, arranca muy bien–, pero que no logra conjugar del todo la moderación en las batallas (limitadas a espadas, arcos y poco más) con un frenesí sangriento donde asistimos a cruentas decapitaciones repletas de hemoglobina. Ahí está ese aroma a serie B que comentábamos arriba.
Por encima de títulos menores con los cuales comparte algún aspecto como Furia de titanes, La última legión o El rey Arturo, esta aventurilla intrascendente es un mero entretenimiento de acción con cierto punto histórico que satisfará a espectadores no demasiado exigentes, siempre y cuando no acudan a las salas engañados, pensando que van a ver algo a la altura de Gladiator (Ridley Scott, 2000) o 300 (Zack Snyder, 2007). Y quién sabe, puede que incluso haya quien le encuentre algo de enjundia a ese paralelismo que se deja entrever entre los ejércitos romanos apostados en Britania y la intervención estadounidense en Irak de los últimos años (“Hemos luchado para nada”, afirma uno de los personajes en un momento determinado).