El principal problema de The karate kid, es que quienes vieran en su día la historia original no encontrarán ningún aliciente para preferir ésta.
Alejándonos de los manipuladores mecanismos de la nostalgia, a nadie se le debería escapar que el Karate kid original (John G. Avildsen, 1984) dejó huella en la historia del séptimo arte más por su candidez y su carisma que por su calidad cinematográfica. Dirigida innegablemente a un público joven que tal vez ni siquiera haya oído hablar de aquella cinta, este remake que llega a nuestras pantallas –tras dos secuelas, así como un intento de reiniciar la franquicia en 1994, con Hilary Swank en el papel protagonista– es, por ir al grano, un entretenimiento de usar y tirar, signo de los tiempos que corren.
Ciñéndose al libreto original, el guión nos presenta a un chico que se muda de ciudad con su madre (cambiando California por China, eso sí) debido a motivos laborales. Allí se encapricha con una joven, pero también se ganará la enemistad de una pandilla de compañeros de clase con conocimientos de kung fu. Tendrá que recurrir a un maestro –el encargado de mantenimiento de su edificio– para que le enseñe artes marciales, y así poder derrotar en un torneo a los preadolescentes que han cogido la costumbre de usarlo como saco de boxeo.
Curiosamente, el maestro a quien da vida Jackie Chan acaba siendo uno de los puntos más interesantes del filme. En un registro bastante diferente al carismático personaje que encarnara el malogrado Pat Morita, el luchador de Hong Kong construye el personaje más sobrio y contenido que se le recuerda, alejado de las comicidades simples de otros trabajos suyos. En el polo opuesto, Jaden Smith –cuyos padres, Will Smith y esposa, meten mano en la producción– demuestra estar demasiado verde en lo que a dotes actorales se refiere, atragantándose su presencia continuada de principio a fin de la historia.
El principal problema de The karate kid, niño protagonista aparte, es que quienes vieran en su día la historia original no encontrarán ningún aliciente para preferir ésta por encima de aquélla, ya que intentando mostrarse respetuosos se calcan muchos de los elementos allí presentes y a ratos parecemos sumidos en un ejercicio de déjà vu hecho celuloide. Además, la duración se alarga hasta casi rozar las dos horas y media, metraje obviamente alargado (con muchas escenas de relleno) para el argumento que se pretende contar, y en general palidece en la comparación con su predecesora, por muchos guiños simpáticos que se quieran incluir.
Aquellos espectadores que no tengan la casi obligada referencia en mente se encontrarán con una cinta de artes marciales sin demasiados combates, correctamente realizada pero quizá de un ritmo algo perezoso para lo que se viene estrenando en la cartelera cada semana. Sin superar al primer título de la saga, nos queda el triste consuelo de que al menos logra puntuar por encima de las secuelas que fueron apareciendo a partir de 1984.