El clasicismo bien entendido de "Bright Star" subvierte incluso la filmografía reciente de Jane Campion.
Gracias a “Vida y cartas de John Keats”, el público de 1848 tuvo las primeras pistas en torno al romance vivido treinta años antes por el poeta y su vecina Fanny Brawne, que ahora detalla Bright Star. El autor del libro, Richard Monckton Milnes, advertía en su prólogo que la existencia entera de Keats podía resumirse “en tres volúmenes de versos, algunas hondas amistades, una pasión y un morir prematuro”.
Las palabras de Milnes aludían con sentimiento a la brevedad de la obra de Keats y del tiempo que le tocó vivir: apenas cuarto de siglo. Pero también constituían una reivindicación de la delicadeza, la pasión y el genio que Keats fue capaz de desarrollar a partir de materiales existenciales tan fugaces. Unas cualidades atribuibles asimismo a su poesía, que Keats entendió había de surgir de su pluma de modo tan espontáneo y sensible como un recuerdo o como “las hojas surgen de las ramas”. Este ideario le procuraría uno de los epitafios más cabales y hermosos de la historia de la literatura: “Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en el agua”.
Sin embargo, el modernismo posterior minusvaloraría ese romanticismo exacerbado aplicado a la realidad tangible y cotidiana que practicaron autores como Keats. W.B. Yeats arremete directamente contra él en 1919, dictaminando que sus pretensiones de naturalidad e inconsciencia son antiartísticas; que el esfuerzo y control del creador deben percibirse en cada línea, a fin de que la obra ostente sustancia y juicio. “En los sueños comienza la responsabilidad”, concluye Yeats con tono severo.
Mucho nos tememos que Bright Star, una película maravillosamente fiel al espíritu descrito de Keats, una película que hace suyas las consideraciones del poeta en torno a que “la belleza es verdad; la verdad, belleza; esto es todo lo que sabes sobre la tierra, y todo lo que necesitas saber”, será víctima del mismo menosprecio con que Yeats juzgó a Keats. Al fin y al cabo, la sencillez y el recogimiento con que retrata la historia de amor entre Keats (melancólico Ben Whishaw) y Brawne (vivaz, soberbia Abbie Cornish) nada tienen que ver con la presente pomposidad estimada por los apóstoles del audiovisual consustancial al medio y la crítica; con la necesidad de erigir discursos alambicados que justifiquen la labor en no pocas ocasiones vana de auteurs y plumillas.
El clasicismo bien entendido de Bright Star subvierte incluso la filmografía reciente de su guionista y directora, la neozelandesa Jane Campion, cuyas Holy Smoke (1999) y En carne viva (2003) habían hecho gala exclusiva y excluyente de un feminismo maniqueo, camorrista. Bright Star la devuelve a la época de Un ángel en mi mesa (1990), El Piano (1993) y Retrato de una Dama (1996), realizaciones en las que vida y arte establecían una dialéctica muy enriquecedora, y en las que se apreciaba un intento fructífero por depositar una mirada de mujer de nuestros tiempos sobre temas tradicionalmente reservados al espacio simbólico masculino, lo que repercutía a su vez en una mejor percepción del femenino, latente aún en muchos ámbitos.
Todos estos temas se hallan presentes en Bright Star. Pueden rastrearse en la relación que liga a la pragmática Fanny y el etéreo John, así como en la que establecen la primera y su “rival”, Charles Brown (Paul Schneider), amigo y protector de Keats. Pueden rastrearse en la intimidad lograda en la descripción del día a día de todos los implicados, que aúna el respeto por el periodo histórico y un sentido contemporáneo de la observación. Puede rastrearse en la logradísima inmersión de la voz poética en el fragor de lo ordinario, y en la pugna sorda entre vida y muerte que recorre las imágenes y que trascienden el amor y la expresión artística.
La impecable adecuación de todos los aspectos técnicos a las sensaciones que Campion quiere transmitir, y el tempo narrativo empleado, en el que está pasando todo sin que aparentemente pase nada, hacen de Bright Star, como ya hemos apuntado, una magnífica visión cinematográfica de la sensibilidad de Keats y, como consecuencia, una de las películas más bellas y verdaderas de la temporada. Aunque ni una cosa ni otra estén hoy por hoy de moda o sean siquiera comprensibles para muchos.