Submarino, por desgracia, se acerca más al relato circunstancial que a la sublimación de su tema
El cine de los países del norte de Europa (Dinamarca, Suecia, Noruega) está viviendo en las dos últimas décadas un auge que, en ocasiones, ha colocado a sus filmografías a la vanguardia del cine europeo. Ahí están ese manifiesto Dogma propuesto por Lars Von Trier y otro puñado de cineastas, la relevancia adquirida por actores como Mads Mikkelsen, Ulrich Thomsen o Connie Nielsen o los recientes fenómenos de la película Déjame entrar y la saga Millenium.
Precisamente el director de Submarino, Thomas Vinterberg, fue uno de los cofundadores de ese movimiento citado, además de uno de los cineastas daneses más precoces en su ingreso y graduación en la Escuela Nacional de Cine Danesa. Tras su conocida y dogmática película Celebración (1998), realizó un par de cintas en Hollywood que fueron recibidas tibiamente: It´s all about love (2003) y Querida Wendy (2005).
De vuelta a su Dinamarca natal y tras ser padre, rodar una comedia inédita en España y divorciarse, Vinterberg se enfrenta a la adaptación de la novela Submarino de Jonas T. Bengsson, sin duda atraído por la fuerte implicación que el drama paterno filial tiene en su trama. En ella, dos hermanos destrozados emocionalmente por una madre alcohólica y un suceso desgraciado en su niñez, se ven incapaces de sacar a flote sus vidas (de ahí, quizá, la metáfora del título) a pesar de tener oportunidades a su alrededor que desperdician debido a su adicción al dolor.
Submarino podría ser un perfecto ejemplo de las características del cine nórdico, incluyendo incluso al más sofisticado e inteligente Ingmar Bergman. En este cine priman los personajes atormentados, agobiados por sucesos del pasado, su educación o trazas de su propia personalidad que les torturan hasta puntos masoquistas, impidiéndoles ver cualquier atisbo de alegría o reconciliación con la realidad y consigo mismos por muy delante de las narices que se les ponga.
En ocasiones, estos dramas personales alcanzan sublimaciones generacionales o sociales, como sucedía casi siempre con Bergman, pero en otras se quedan en simples historias desventuradas de gente desdichada incapaz de desarrollar en su interior el más mínimo sentimiento positivo. Algo que, desde el punto de vista de un latino, tiene tan sencilla solución como salir a tomar el sol o una copa, en los países de una climatología tan dura y una sociedad tan poco cálida como las nórdicas, se transforman en traumas existenciales, lo que quizá explique que siendo países con los índices de desarrollo más altos del mundo, obtengan también unas tasas de suicidio escalofriantes.
Submarino, por desgracia, se acerca más al relato circunstancial que a la sublimación de su tema. A pesar de las excelentes interpretaciones y de contar con un gran trabajo de realización descarnado e hiperrealista por parte de Vinterberg (la secuencia final de la cárcel sería un buen ejemplo), la película no sale a flote, aprovecharemos el símil, excepto por el interés de seguir una historia paralela de dos personajes que el realizador decide contar linealmente, interesando al espectador por la manera de encajar los hechos coincidentes entre ambas historias que ya han sucedido en pantalla.
Es fácil quedarse, a pesar de todo, con el retrato duro y cruel de los barrios de trabajadores de la ciudad de Copenhague y con las anomalías registradas en una sociedad danesa que, sorprendentemente, año tras año, sale entre las más felices del mundo.