Comedia dramática (y romántica) que intenta ser entrañable, pero que navega en el hastío.
Basada en un relato corto de Jeffrey Eugenides –cuya novela Las vírgenes suicidas ya fue adaptada por Sofia Coppola–, la película que aquí nos ocupa debe luchar en primer lugar por sorprender con su guión a un espectador que probablemente ya habrá visionado con anterioridad varias veces su tráiler, un avance que (siguiendo el hábito de los tiempos que corren) destripa prácticamente toda la trama de Un pequeño cambio.
Kassie (Jennifer Aniston) ha decido quedarse embarazada, y para ello recurre a un donante de esperma. Sin embargo, en el transcurso de una borrachera el material genético elegido será sustituido sin que prácticamente nadie se entere por el de Wally (Jason Bateman), mejor amigo de la protagonista femenina y pagafantas de la susodicha desde tiempo atrás. Siete años después, Wally descubrirá que el neurótico hijo de Kassie guarda demasiadas similitudes y neurosis con él mismo, y tendrá que afrontar las consecuencias de lo sucedido en el pasado.
Dinamitado el factor sorpresa gracias al tráiler, queda comprobar si la supuesta comedia romántica tiene los suficientes aspectos favorables como para que al menos se deje ver. Por desgracia, el objetivo no se cumple. En primer lugar, debido a la alarmante falta de gags, ya que la pretensión de convertirse en una obra cómica se ve lastrada por el ritmo pausado y excesivas escenas de relleno bastante tranquilas y planas. El abuso de música acaramelada para subrayar los pasajes más meditativos tampoco ayuda a animar el resultado final. Detrás del guión está Allan Loeb, responsable también del drama Cosas que perdimos en el fuego (Susanne Bier, 2007), que al parecer no ha acabado de entender la distinta idiosincrasia que debería haber caracterizado a este producto.
Jennifer Aniston, por su parte, vuelve a encarnar un personaje que le hemos visto demasiadas veces en la pantalla grande, y que no nos ofrece ningún aliciente extra. La recuperación en papeles secundarios de Jeff Goldblum o Juliette Lewis es meramente anecdótica, aunque sirven para que se oigan algunas de las pocas frases que sirven de revulsivo cómico subido de tono (“He tenido orgasmos que han durado más que sus relaciones” o “No reconocería un buen esperma ni aunque se lo tiraran a la cara”).
Entre los numerosos tópicos del género al que pertenece, este discreto filme supone el vehículo de lucimiento para un Jason Bateman (Juno, Hancock) que borda su papel de neurótico, acercándose a una interpretación digna de cualquiera de los títulos más desenfadados de Woody Allen. Además, pese a su falta de química con su partenaire femenina, al menos despiertan más simpatía sus encuentros con ese vástago que aparecerá de pronto en su vida.
Por tanto, estamos ante una comedia dramática (y romántica) que intenta ser entrañable, pero que navega en el hastío –y con el piloto automático puesto– demasiados minutos, dejando una pobre sensación ante la preocupante falta de momentos graciosos que la hagan perdurar en nuestro recuerdo.