El director argentino Adolfo Aristaráin se encuentra entre los más brillantes analistas cinematográficos del alma humana. Es sobradamente conocida su habilidad para construir unos personajes que muestran, sin pudor alguno, la enorme complejidad emocional que los devora por dentro. Casi sin recapacitar, nos vienen a la mente dos magníficas obras que evidencian esa postura. Así se presentaron sus trabajos más personales Un lugar en el mundo concha de oro en el Festival de San Sebastián en el 92, y Martín Hache. Estos dos films poseen un envidiable denominador común: guión de acabado perfecto acompañado de inmejorable elenco de profesionales de la interpretación. Como era de esperar, en su último trabajo Roma, Aristaráin sigue fiel a sus principios valiéndose de la gran fuerza interpretativa de dos actores que ya figuraban en el casting de los films anteriormente citados. Por supuesto nos referimos a José Sacristán, intérprete de amplio registro que se sitúa entre lo mejorcito que tenemos en este país (lástima que no podamos disfrutar de su talento con más asiduidad) y a Juan Diego Botto, sin duda en una de sus mejores interpretaciones.
Existen conceptos en el cine de Aristaráin que permanecen imborrables en la memoria. Sentimientos tan cercanos como la amistad o el amor a la familia conectan con el espectador gracias a un lenguaje honesto envuelto en una intelectualidad que no resulta pretenciosa, sino que se agradece.
A medida que el relato avanza, la intensidad de la narración cobra fuerza y fluye con la tranquilidad de un río omnipresente en la vida de Joaquín (Sacristán ), un escritor cansado de todo lo que le rodea, que decide escribir su biografía con la ayuda de un joven periodista. Este encuentro servirá de excusa para que éste reflexione sobre su infancia y juventud en Argentina. La estrecha relación establecida entre los personajes centrales es tal que Juan Diego Botto desdobla su papel interpretando al escritor en los convulsos años 70.
Con una duración que a más de uno echaría para atrás –contrariamente a lo que pueda parecer, el metraje se hace corto- en Roma somos testigos de una hermosa crónica que abarca los años más importantes del protagonista, desde una infancia feliz caracterizada por la ausencia paterna, hasta llegar a una edad difícil donde se adoptan decisiones que marcarán el resto de su vida.
Con todo esto conforma un bello relato de principio a fin dedicado por entero a las madres (¡y qué descubrimiento de madre! Susú Pecoraro traspasa la pantalla) que lo dan todo por sus hijos. Así que es incluso recomendable coger a vuestras mamás y llevarlas a ver “Roma”, uno de los mejores regalos que se les pueden hacer.