Siguiendo, suponemos que de manera inconsciente, la estela del cine practicado por Danièle Huillet y Jean-Marie Straub, las películas comerciales de corte histórico o biográfico producidas en los últimos años tienden a conjugarse en presente continuo. Dos ejemplos capitales: María Antonieta y Last Days.
Una tendencia atribuible a la incapacidad, la pereza y la prepotencia de nuestra época para aprehender otras —fruto de una convicción generalizada en la superioridad existencial e ideológica del ahora—, así como a la desconfianza actual hacia cualquier forma clásica de relato; y tanto la Historia como las biografías se han formulado tradicionalmente como Grandes Relatos, en cuya composición hemos descubierto ya lo mucho que han tenido que ver los condicionantes socioeconómicos, representativos y morales.
Los videoclips de la guionista y directora de The Runaways, la italo-canadiense Floria Sigismondi (1965), al servicio de músicos tan idiosincrásicos como Marilyn Manson, Bjork y The Cure, se han caracterizado por la creación de "inframundos entrópicos", alucinados y oníricos, con lo que ello ha implicado en términos de alienación del espectador y, por tanto, de ocultación de las grandezas y miserias de la industria que maneja a los artistas y su música. Sin embargo, en su ópera prima en el campo del largometraje, Sigismondi ha optado por despojar en lo posible de aderezos formales, narrativos, escenográficos y contextuales el auge y caída entre 1975 y 1979 del quinteto femenino de rock que da título a la película.
Basándose en la autobiografía de la vocalista de las Runaways, Cherie Currie (interpretada en la película por Dakota Fanning), Sigismondi articula la formación de la banda; la peculiar relación entre la tierna Cherie y la indómita guitarrista Joan Jett (Kristen Stewart); el contraste entre las vidas inicialmente ordinarias de las adolescentes y su posterior inmersión en el universo de las drogas, el sexo y el rock'n'roll; y el postrero ocaso en el anonimato o como artistas del montón, en viñetas de continuidad elíptica.
Por ello, es un tanto incomprensible que Sigismondi haya escogido un grupo real como protagonista, salvo si lo ha hecho para dar más peso a su agria visión del mundillo musical, encarnado en la figura del mefistofélico agente de las Runaways, Kim Fowley (un inspirado Michael Shannon). En los restantes aspectos, que Cherie Currie y Joan Jett hayan existido o no, o que desarrollasen su breve carrera musical en los setenta o antesdeayer, no tiene demasiada relevancia a tenor de las imágenes.
Otra cosa es que la aproximación despojada y circunstancial a Cheri, Joan y el resto de las Runaways propicie lecturas más universales de lo que hubiera propiciado una recreación detallista de los hechos y la época, y de lo que permite una estructura que Sigismondi no logra disociar del tópico dramático de los biopics (descubrimiento / estrellato / decadencia).
Los espejismos y las traiciones de la cultura de masas, el ansia creciente del ser humano común "por desaparecer a favor de un personaje que usa una máscara de carne viva para representar su papel", la ambigua posición de la mujer dentro de la sociedad del consumo y el espectáculo, son elementos de The Runaways que no carecen de interés. Aunque, volvemos a lo mismo, la falta de énfasis con que son abordados tampoco da para extenderse más sobre ello.