Mañas nos da precisamente lo contrario de lo que era su punto fuerte como realizador, una mirada diferente sobre los problemas que padecemos.
El caso de Achero Mañas es singular en la cinematografía española. Tras lograr popularidad en su juventud como actor por su participación en varias películas y series de televisión, se destapa como excelente realizador con tres cortometrajes que alcanzaron gran difusión: Metro (1994), Cazadores (1997) y Paraísos Artificiales (1998). En ellos, se descubre la mirada sensible de quien tiene muy bien tomado el pulso al lenguaje y gente de la calle, a sus problemas y ansiedades diarios.
Su paso al largometraje no se hizo esperar y se saldó con una nueva sorpresa en la línea de las ya mostradas en los cortos. El Bola (2000), causó un gran impacto en crítica y público al tratar el maltrato infantil con una mirada inusual y llena de sensibilidad, alejada de reivindicaciones grandilocuentes y con un oído finísimo para los personajes.
De este modo, Achero Mañas se convierte a sus treinta y pocos en un director encumbrado sobre el recae parte de la esperanza del cine español cuyo mérito es aunar cine social biempensante con éxito de taquilla. El mismo Mañas, ambicioso, planea otro salto mortal en forma de película que pretende ser una bofetada a la conciencia de la clase media frente a las reivindicaciones e idealismo que llegan desde la juventud y la cultura. Noviembre (2003) es un arriesgado ejercicio que peca de pomposo y pedante mientras descuida su contenido, cuyo esfuerzo y resultado dejó a su autor creativamente varado.
Todo lo que tú quieras (2010) es el primer trabajo que afronta tras un paréntesis sólo interrumpid por el documental Blackwhite (2004) sobre el proceso de paz en Irlanda del Norte. Residente en Nueva York, alejado de la interpretación tras el nacimiento de su hija y dedicado a su carrera de guionista y director, Mañas da en esta cinta un tembloroso paso, propio de quién no quiere volver a equivocarse en su carrera. Un comienzo desde cero, como el que sufre Leo, su protagonista, al encontrarse solo frente a su ambiciosa carrera profesional y la homérica tarea de sacar adelante el día a día de una hija de cuatro años que reivindica una y otra vez la presencia física de su fallecida madre.
Producción pequeña, de calado social e intérpretes de prestigio, la cinta resulta extremadamente cauta al atacar temas como el desequilibrio legal de los padres en los procesos de separación o la latente discriminación homosexual en la sociedad. Mañas nos da precisamente lo contrario de lo que era su punto fuerte como realizador, una mirada diferente sobre los problemas que padecemos. No se atreve a meterse en ningún charco temático que le estropee su nueva carrera, no se atreve a recibir una nueva mala crítica, filmando una película plana con tendencia a la sensiblería de telefilm de sobremesa, pero que le garantiza la continuidad.
Sostenida sobre las interpretaciones del siempre entonado Juan Diego Botto y la niña Lucía Fernández, la película contiene un par de decisiones técnicas que la lastran. La primera, la fotografía de gran contraste y tonos oscuros, quizá para soslayar el maquillaje de los personajes en ciertos momentos, pero que termina dando un aire de irrealidad que la aisla de la actualidad. La segunda, la blanda y facilona banda sonora de Leiva, uno de los componentes del grupo Pereza, que lejos de aportar intensidad o profundidad, incide en los efectos sensibleros que circulan por sus imágenes.