El debate artístico y vital que se percibe tanto en "El Americano" como en su ópera prima, "Control", da cuenta de la inteligencia y la curiosidad con que el realizador Anton Corbijn está abordando un medio todavía nuevo para él.
El diseñador gráfico, realizador de videoclips y fotógrafo Anton Corbijn debutó hace tres años en el ámbito de la ficción cinematográfica con un biopic titulado significativamente Control. En él, reivindicaba la dimensión real de su amigo Ian Curtis (líder del grupo post-punk Joy Division), convertido en figura de cera merced a una iconografía pop a la que Corbijn había contribuido en vida del músico con sus fotografías elegantes y contrastadas.
La arriesgada estrategia creativa de Corbjin pasó por aplicar sus características como fotógrafo al retrato de Curtis, atreviéndose a probar si sus modos controlados y controladores podían trascender lo simplemente promocional y mercadotécnico para alumbrar la verdad del sujeto. Tan tortuoso ejercicio de estilo se saldaba con cierta ambigüedad, que encontraba el paralelismo más pertinente del mundo en la coyuntura existencial del biografiado, escindido entre sus obligaciones como probo funcionario y padre de familia ejemplar, y su deseo frustrado de liberarse a través de la música.
La segunda propuesta de Corbijn, El Americano, parece a primera vista más impersonal. Se trata de una producción estadounidense distribuida en medio mundo por Universal, basada en un best-seller de Martin Booth, protagonizada por el célebre George Clooney en la piel de un criminal que busca redimirse, y adscrita a un registro tan codificado como el del cine de evasión.
Y, sin embargo, Corbijn vuelve a hacer gala de la misma inquietud: retarse a sí mismo a destilar, partiendo de referentes sobradamente conocidos e inevitables a la hora de contar cómo un individuo trata de escapar a su alienación —en el cine de género, Jean-Pierre Melville y Sergio Leone; en el autoral, Paul Schrader y Michelangelo Antonioni—, una narración original y catártica, que responda a la duda que sigue atenazando a Corbijn y que compartirá cualquiera con cierta lucidez: "¿Es posible superar ciertas cosas que uno lleva dentro y que quizá le definan?"
Si el espectador aprehende El Americano en esta clave, disfrutará enormemente de ella. Pero si se ciñe a rajatabla a lo contado, pensará con razón que es trillado. Si se cree que el concienzudo trabajo fotográfico, escenográfico y de puesta en escena es meramente esteticista, considerará a Corbijn pretencioso. Y si esperaba, tal y como promete el trailer, que El Americano es una película de acción, se aburrirá como una ostra.
Para quien esto firma, pocas filmografías recientes se han iniciado con tantos puntos de interés como los que brindan Control y El Americano. El debate artístico y vital que se percibe en ambas da fe, como en pocas ocasiones hoy en día, de la inteligencia y curiosidad con que Corbijn está abordando el medio: "Aún no he encontrado mi propio estilo, y no sé si sería bueno que lo encontrara. Quizás, parte del encanto está en la búsqueda".