Carancho

Pablo Trapero es considerado actualmente uno de los realizadores argentinos más brillantes, cabeza de una generación que despuntó a mediados de los 90 y que configura el más interesante plantel actual de cineastas sudamericano. Ricardo Darín, un excelente actor con mucho oficio y cierto sentido de compromiso social, surfea su carrera entre las películas de estos realizadores, habiendo logrado componer una especie de retrato generacional del argentino medio concienciado que es fácilmente reconocible por todo el público, al modo que George Clooney lo ha hecho para el cine norteamericano.

El tercer eje sobre el que bascula Carancho es la actriz Martina Gusmán. Martina se dió a conocer en la conocida película de Trapero, Leonera (2008). A partir de ese momento formó pareja sentimental y creativa con el realizador a través de la compañía Matanza Producciones, desde la que abordan la creación de las cintas de ambos ejerciendo distintos roles ejecutivos y creativos.

Las películas de Trapero son esperadas con mucho interés, no sólo por el público argentino, debido a que siempre incluyen un factor de denuncia sobre la sociedad bonaerense (y por extensión, la argentina) y un apurado ejercicio de realismo cinematográfico en la realización y la fotografía que le acerca a alguno de los más prestigiosos directores de Hollywood.

Carancho narra el intento de redención a través del amor del abogado Sosa (Ricardo Darín), cuyas prácticas ilícitas le mantienen fuera de la judicatura trabajando para un despacho corrupto que estafa a las aseguradoras y a los asegurados poniéndose como intercesor del cobro. A las aseguradoras las tima forzando siniestros en pobres víctimas, a las víctimas ofreciéndoles un dinero por adelantado a cambio de la millonaria cifra que percibirán en años, cuando el juicio de su caso obtenga sentencia.

Al conocer a Luján (Martina Gusmán), una médico de la UVI móvil, Sosa se ve descubierto, pero consigue su apoyo para que ambos abandonen esa vida asfixiante en la paupérrima Buenos Aires. Luján sufre las consecuencias de un accidente que la obliga a inyectarse tranquilizantes para aguantar el dolor durante sus interminables jornadas laborables en el hospital.

Sin duda el antecedente más directo de Carancho es la propia obra de Trapero titulada El Bonaerense (2002), considerada su mejor película y la que mayormente dió a conocer sus facultades. Ambas tienen mucho en común al denunciar problemas parecidos en temáticas similares y a través de personajes parejos. Sin embargo, es más interesante hacer hincapié en la depuración de su estilo como realizador y en la riqueza de una producción que se atreve a ir un poco más lejos en la complejidad de la puesta en escena.

Además de la citada, son otras las que salen a la palestra al ver Carancho. Una de ellas es la excelente Hijos de los Hombres (Alfonso Cuarón, 2006) por la brillantez de sus planos secuencia y el efectismo para el espectador, logrando mostrar la peligrosidad de la actividad que ejercen los protagonistas. Otra es la fallida Al límite (Martin Scorsese, 1999), en la que el oficio de médico de ambulancias venía a ser una redención de culpa para quiénes los practicaban. La tercera es la obra maestra Veredicto Final (Sidney Lumet, 1982) de cuyo personaje principal interpretado por Paul Newman bebe el de Sosa, incluso hay alguna secuencia en la que se muestra el oficio para conseguir clientes que podríamos señalar como un homenaje explícito.

Rodada primorosamente, jugando sabiamente con la acción que sucede dentro y fuera de cuadro y dejando intencionadamente partes de la historia sin narrar, sobre todo lo relativo al pasado de los personajes, hay quizá una sóla cosa que reprochar a la cinta: cierto gusto por el efectismo y la crudeza para impresionar al espectador. El detalle de los accidentes, las agujas y demás parafernalia médica es reiterativa sin que llegue a aportar nueva información una vez pasada la primera hora de proyección.