Depurado ejercicio de suspense, que alberga además una requisitoria inapelable contra el mundo en el que nos hemos acostumbrado a vivir.
Como es comprensible habiéndose curtido profesionalmente en los ámbitos de la publicidad y los vídeos musicales, el realizador gallego Rodrigo Cortés hace apología del montaje como herramienta fundamental a la hora de llevar a buen puerto cualquier historia. Cortés ha llegado a definir la experiencia de filmar Buried (Enterrado) como una labor de “rodaje con ojos de montador”, convencido de que era la mejor manera de soslayar las limitaciones escenográficas, económicas y de fechas con que hubo de abordar el guión de Chris Sparling.
Ese estilo agresivo y efectista dio malos resultados en Concursante (2007), ópera prima de Cortés. Básicamente, porque se daba de narices con el ánimo dialéctico que caracterizaba aquel film, una diatriba contra el sistema socioeconómico en que vivimos ahogada —en afortunada expresión de Javier Cortijo— por un espectacular atropellamiento de planos que negaba la posibilidad de reflexiones profundas por parte del espectador; lo contrario de lo que se pretendía.
Sin embargo, se revela ideal en Enterrado, al fin y al cabo un ejercicio de manipulación que Alfred Hitchcock —citado una y otra vez por Cortés— habría sabido apreciar. Algo que nos remite a la eterna discusión mantenida entre quienes consideran el cine un medio crítico de deconstrucción y reconstrucción de la realidad (a lo Eisenstein), y quienes prefieren considerarlo un juego de manos, ejecutado con el talento suficiente como para ocultarnos sus trucos y permitirnos soñar durante hora y media (a lo Hitchcock).
Lo atractivo de este último planteamiento, al que como decimos se entrega totalmente Buried, es que cuando el director en cuestión pretende no que soñemos, sino que tengamos una pesadilla, el espectador atrapado en la tela de araña emocional que se ha tendido a su alrededor se ve obligado a reconsiderar sus certidumbres con una urgencia y un impacto que no brindan las películas apegadas a la razón. Es la causa de que el cine de género, en contra de lo que opinan algunos, sea tan efectivo cuando quiere para dejar en evidencia que el emperador está desnudo, y de que en concreto el suspense, el fantástico y el terror nunca agoten su capacidad subversiva.
Es lo que sucede en Enterrado: a cuenta de la carrera contrarreloj para escapar a su encierro que emprende Paul Conroy, un contratista estadounidense enterrado vivo por insurgentes iraquíes, Cortés y sus colaboradores —el director de fotografía Eduard Grau, el músico Víctor Reyes— sacan todo el jugo posible a un guión que se adivina de por sí excelente, y convierten el visionado de la película en una montaña rusa de sensaciones que cuesta creer cuando termina ha contado con un único protagonista (Ryan Reynolds) y un único escenario (el ataúd donde aquel ha sido encerrado hasta que los suyos o su gobierno paguen el rescate que exige su secuestrador).
Pero es que además, como quien no quiere la cosa, imbricado en la depurada mecánica que hace cabalgar a Buried a lomos del suspense de principio a fin de metraje, Sparling y Cortés cuelan un discurso demoledor no ya sobre la perversidad que rigió la intervención norteamericana en Irak; sino sobre la indiferencia absoluta hacia el otro en la que se mueve hoy por hoy el corpus social de Occidente con las excusas de la profesionalización, la eficiencia y la especialización; e, incluso, sobre la soledad esencial a la que los individuos nos descubrimos abocados antes o después, por mucho que nos creyésemos ligados a otros seres humanos o a instituciones varias. En cierto sentido, como el Martín Circo (Leonardo Sbaraglia) de la primera película de Cortés y como cualquiera de nosotros, el Paul Conroy de Enterrado ha concursado toda su vida en un juego que no es el que creía y, para cuando logra saber en qué está participando realmente, puede que el premio que esperaba recibir tenga más aspecto de condena.
Como se ve, abordando cuestiones similares, Cortés confundió la forma de expresarlas en Concursante, una película de tesis montada como un thriller; y ha atinado al plasmarlas en Buried, un thriller tan preciso y revelador como el tic-tac de un reloj en una habitación silenciosa… o en un ataúd. Habrá que esperar a su tercer largometraje, que deseamos no se haga esperar tanto como Enterrado, para comprobar si Cortés es consciente de qué guiones precisan de una aproximación mesurada, y cuáles requieren de la histeria que ya ha demostrado para bien y para mal saber transmitir al público.