Santiago Segura supera el difícil reto: en la pantalla conseguimos ver al carismático Vázquez, no a Torrente ni al propio Segura
Manuel Vázquez (1930-1995) tal vez no sea un historietista demasiado conocido para el público general así a bote pronto, pero basta sacar a relucir los nombres de series como Anacleto, agente secreto, Las hermanas Gilda o La familia Cebolleta para que una buena parte de la audiencia retroceda hasta los tebeos de su infancia, un período donde las publicaciones de Editorial Bruguera marcaban un estilo que ha dejado su huella visual –e incluso lingüística– en varias generaciones de lectores.
El gran Vázquez se basa en esta carismática figura patria del noveno arte, y funciona a modo de recopilación de las distintas andanzas en que se vio implicado durante su tumultuosa vida (especialmente durante los años 60), muchas de las cuales fueron circulando durante años a modo de leyenda urbana en los círculos de aficionados al cómic. La cinta nos presenta a un protagonista caradura, moroso, buscavidas y polígamo que va tirando adelante día a día a base de chanchullos, acosado por los acreedores –ese inicio en el tejado de la 13 Rúe del Percebe ya nos sitúa con claridad– y tratando de ganarse la vida trabajando honradamente sólo cuando es realmente indispensable.
Tras las cámaras encontramos a Óscar Aibar, antiguo guionista de cómics, quien hasta ahora no había ofrecido productos demasiado apetecibles en sus tres títulos precedentes (Atolladero, Platillos volantes y La máquina de bailar), pero que aquí logra hilvanar de manera muy acertada una historia de corte agridulce trufada de anécdotas cómicas, a la que hay que sumar una ambientación espléndida para su relativamente modesto presupuesto: la fotografía, los decorados y el vestuario cumplen sobradamente, y la música de Nacho Mastretta suma unos puntos más al resultado final.
En lo actoral, es inevitable no referirse a un contenido y eficaz Santiago Segura –de nuevo inmortalizando a un personaje más conocido por su apellido–, que supera el difícil reto: en la pantalla conseguimos ver al carismático Vázquez, no a Torrente ni al propio Segura. Tampoco desmerece el plantel de secundarios, destacando sobre todo Álex Angulo y Enrique Villén, a quienes siempre encontramos emplazados en las opresivas oficinas de Bruguera.
Habiendo quien la ha querido ver como un Atrápame si puedes (Steven Spielberg, 2002) a la española, pero también alzándose las voces de quienes hubieran deseado un tratamiento más cercano al que se daba a la figura de Harvey Pekar en American splendor (Robert Pulcini y Shari Springer Berman, 2003) antes que fijarse en La gran aventura de Mortadelo y Filemón (Javier Fesser, 2003), lo que está claro es que estamos ante un film bien narrado que no se lanza a la comedia bufa, sino que sabe navegar con efectividad por la tragicomedia. Aibar ha parido un retrato divertido, pero también melancólico y cínico –el epílogo es especialmente acertado–, que hace justicia a una de las grandes figuras del cómic español.