Normalmente, el repaso de las cifras de taquilla no depara ninguna sorpresa ni deja dilucidar ningún significado oculto respecto a lo que, más o menos, el aficionado al cine puede suponer del seguimiento de los estrenos semanales por parte del público.
La constante de estas cifras es que la película más publicitada y con mayor número de copias en las salas españolas suele alcanzar los primeros puestos de la lista sin grandes problemas. Es decir, el cine norteamericano mainstream siempre acapara los récords por su amplia distribución comercial mientras su maquinaria publicitaria está presente en los medios: el público encuentra en la sala justo la película que ha visto anunciada ese sábado al mediodía en el telediario, después de las noticias deportivas. Paga su entrada, ve la película y satisface ese delicioso placer de "estar al día", haber visto la película de la que se hablará el lunes en las pausas para el café.
Este verano, sin embargo, las cifras de taquilla en España han dejado dos pequeñas sorpresas. Una es el éxito, en pequeña dimensión, de la película española La última cima, una modestísima producción sobre la vida del sacerdote español Pablo Domínguez, fallecido mientras practicaba montañismo, cuya forma de afrontar su fe y la doctrina eclesiástica llamó la atención de muchos católicos que lo conocieron. El hecho de que la película haya sido estrenada y, hoy día incluso todavía se mantenga en salas de determinados barrios de Madrid y Barcelona con un público sensible a su temática, ha hecho funcionar su difusión de modo excelente.
La otra sorpresa es de mayor magnitud. Se trata de la bofetada que han recibido dos cintas adscritas a un género que hasta hace unas semanas era sinónimo de taquillazo: la comedia romántica. Si bien es cierto que, ya antes del verano, la pobre recaudación para lo que se esperaba del regreso de Jennifer López al género en El Plan B se saldó con un discreto resultado, el paúperrimo recibimiento de las cintas Killers, protagonizada por Katherine Heighl y Ashton Kutcher, y Un pequeño cambio, con Drew Barrymore al frente, quizá estén anunciando el cambio de una tendencia en el público, sobre todo el femenino.
No puedo hablar bien de este género dado que, como hombre, no está dirigido a mí. Entiendo sus circunstancias del mismo modo que entiendo las de productos como Los Mercenarios y a qué tipo de público va dirigido entre el que, por cierto, tampoco me encuentro. Pero siempre me ha asombrado la displicencia con la que las féminas toman este tipo de películas donde las emociones y los sentimientos son el único motor de unos personajes que rehúyen de cualquier atisbo de racionalidad que pueda quedar a su alcance.
Me gustaría pensar que este relativo fracaso en taquilla de dos películas de este género responde más a un cambio de gusto en la audiencia que a lo que probablemente se deba: la mala calidad del producto ofrecido y la reiteración extenuante de sus propuestas.
Cualquier guionista que se precie sabe que no hay buena historia sin una tensión sexual o sentimental dentro, pero quizá las damas que acuden al cine ya están hartas de que se les trate como animales irracionales cuyo único motor vital es hacer que los sentimientos más cursis inunden sus mentes para decidir desde que ropa ponerse hasta dónde vivir. Que una mujer empiece un cambio de vida yendo a la peluquería en lugar de cambiar de ciudad, trabajo o amistades, siempre me ha parecido muy, pero que muy sospechoso.
Habrá que estar atentos al resultado en cifras de Come, reza, ama para confirmar esta tesis. Esa cinta donde Julia Roberts encarna a un personaje equivalente a un cuenco vacío que espera llenarse de sensaciones viajando a los destinos turísticos más trillados del New Age a la búsqueda de su destino, puede ser el fin definitivo de una era para el cine orientado al público femenino.