Bosch nos ahorra ciertas partes del avance del mal sobre el President para no menoscabar su empeño y figura, haciendo hincapié en el tono afectivo al dar el peso de la narración del deterioro a su mujer e hijos.
Una buena prueba de que la sociedad se está concienciando del problema y la gravedad de las enfermedades degenerativas es la cantidad de cintas dedicadas a este tema que se han visto estos dos últimos años.
La ficción rodada por Antonio Mercero Y tú ¿quién eres? (2007) era un desafortunado acercamiento en tono de comedia y mucha sensiblería a la enfermedad del Alzheimer y, sobre todo, al papel que desempeñan los cuidadores de los enfermos de este mal.
Posteriormente, el documental Bucarest, la memoria perdida (2008), era un interesantísimo ejercicio sobre los efectos devastadores de la enfermedad precisamente en la figura de un hombre, el político Jordi Solé Tura, que fue uno de los artífices de la Constitución Españaola, es decir, uno de los responsables de que hoy tengamos cierta memoria democrática. Además, contaba con el aliciente de que estaba rodado por su hijo, el cineasta Albert Solé.
Esta semana se estrenaba Bicicleta, cuchara, manzana, la aproximación del realizador y periodista Carles Bosch a la figura del político Pasqual Maragall tras anunciar que padece la enfermedad.
Este documental es, en cierto modo, deudor del dedicado a Solé Tura, aunque Bosch lo conduce por un camino diferente. Si bien Bucarest se dedicaba a recuperar la memoria de uno de los luchadores y artífices de la democracia en España desde su temprano exilio emitiendo desde Radio Pirenaica en la ciudad que le da título, Bicicleta... se centra en la lucha que el político catalán emprende contra su enfermedad, acometiéndola como un proyecto más en su carrera, como si se tratase de la consecución de los Juegos Olímpicos de Barcelona siendo alcalde, o de refrendar el Estatut Catalán tras ser elegido President de la Generalitat.
Es evidente que la finalidad no es sólo mostrar los efectos de la enfermedad sobre Maragall y su familia más próxima, sino además dar a conocer la actividad de la Fundación Internacional para el Alzheimer que él y sus colaboradores han sacado adelante. En este sentido, Bosch nos ahorra ciertas partes del avance del mal sobre el President para no menoscabar su empeño y figura, haciendo hincapié en el tono afectivo al dar el peso de la narración del deterioro a su mujer e hijos.
Ambas cosas quedan conseguidas en las sencillas pero emocionantes imagenes de la cinta. Maragall ha sido un hombre vitalista, un animal político que se crece ante las dificultades y ante las cámaras y ver cómo esa llama se apaga no puede evitar cierto congojo en el espectador. A su vez, se establece una narración paralela con otros enfermos de Alzheimer en India y Gran Bretaña, dando a conocer el fruto de las investigaciones para la enfermedad en las que participa la Fundación Maragall.
El Alzheimer no mata. Es infinitamente más cruel. El Alzheimer vacía de contenido el cerebro eliminando quiénes hemos sido y quienes podríamos ser en esos años de vida a partir de los que se desarrolla, los sesenta. Mantiene vivo a su doliente y mata a su entorno. La víctimas del Alzheimer de Maragall son su mujer, Diana Garrigosa, y su tres hijos, que asisten a la desaparición de la estrella de su padre desde el fulgor de una gigante roja hasta convertirse en un agujero negro.
Carl Sagan dijo que el cerebro humano estaba hecho de la misma materia que una vez, hace cuatro mil quinientos millones de años, se desprendió de una estrella hasta llegar a convertirse en nosotros. No somos entonces otra cosa que materia estelar buscando su origen y su destino. El Alzheimer no puede curarse, sólo puede prevenirse en su aparición y sus efectos. Quizá ahora no lo sepamos, pero puede que sólo sea la forma natural en la que ese trozo de estrella que somos tiene de perpetuarse. Quizá la curación del Alzheimer de Maragall no sea otra cosa que el nacimiento de su nieta Maia durante el rodaje de esta película.