SÁBADO, 9 DE OCTUBRE
Ha llegado a Sitges la borrasca que según nos cuentan había empapado antes el resto de España, y el hecho ha coincidido paradójicamente con una considerable mejoría en cuanto a las películas que hemos podido ver en las últimas horas.
Es el caso de The Last Exorcism (Sección Oficial Fantástica a Competición), éxito de público en Estados Unidos gracias a su ajustado presupuesto. “Es hora de preguntarse en qué cree, Dr. Jones”, retaba el villano de La Última Cruzada al bueno de Indy cuando la suerte de su padre dependía de ello. Antes o después, todos habremos de hacernos la misma pregunta ante hechos cuya resolución amenazará con poner en entredicho todo aquello que nos había sido más cómodo creer —o no creer— hasta entonces. El protagonista de The Last Exorcism, el reverendo Cotton Marcus, afronta la misma tesitura cuando viaja hasta una apartada granja para practicar un exorcismo a la joven Nell, acompañado por dos documentalistas. Marcus, como Graham Hess en Señales (2002), ha perdido su fe tras la muerte años ha de uno de sus hijos, pero simula gozar todavía de ella por puro pragmatismo. Sin embargo, lo que le sucede a Nell requiere de algo más que imposturas…
Nos hallamos ante el enésimo ejemplo de falso documental terrorífico, estilo del que fuese pionera El proyecto de la bruja de Blair y que han (sobre)explotado en los últimos años títulos como Monstruoso, REC, American Zombie, Paranormal Activity o Vampiros, simpática cinta belga también vista en esta edición. Sin embargo, al contrario que en la espantosa película de Oren Peli, sencillez no equivale en el caso de The Last Exorcism a simpleza. El director Daniel Stamm, que ya había practicado el formato en su ópera prima, A necessary death (2008), es riguroso a la hora de plasmar el naturalismo que acarrea la presunta filmación sobre la marcha de los acontecimientos, pero ello no impide que vaya sembrando pistas que precipitan un desenlace trabajado y sólo en apariencia chocante, así como tratar el personaje de Marcus con inteligencia y sensibilidad. Una película fiel a sus modestos planteamientos, que suscita una inquietud no ligada únicamente a los sobresaltos. Por cierto que, sotto voce, el tema de la fe o la falta de la misma se encuentran presentes en otros títulos programados, como la fallida producción surcoreana Possessed y la recomendable realización de Christopher Smith Black Death.
Ambiciones más obvias tienen Rubber (Sección Oficial Fantástica a Competición) y Sound of Noise (Sección Nuevas Visiones – Ficción), aunque la primera sale peor librada de ellas que la segunda, al estar más preocupada por resultar ingeniosa a toda costa que por llevar a las últimas consecuencias su fascinante propuesta conceptual: un neumático con vida propia se enamora de una viajera y asesina a todo el que se interpone entre su amada y él.
Quizás, Rubber estaba condenada a la frivolidad dado que su guionista y director, Quentin Dupieux, suele ejercer como productor musical con el pseudónimo de Mr. Oizo y con las tribus más modernitas de nuestra era como objetivo. El caso es que una trama secundaria que trata torpemente de justificar el absurdo de la principal, brinda sugerentes apuntes metafílmicos ya esbozados por Dupieux en su ópera prima, Nonfilm (2001); pero ahoga lo que de verdaderamente subversivo pudiese albergar Rubber. ¿Alguien se imagina lo que podrían haber sido noventa minutos de narración desde el punto de vista del neumático protagonista? Pues otra vez será.
Sound of Noise, por el contrario, lo da todo con un mínimo de pose (funcionando sin más a la perfección en clave de comedia) y un máximo de coherencia (apreciable en numerosas soluciones argumentales y visuales): un policía persigue a unos activistas decididos a impedir que la sociedad sueca sucumba a las melodías de ascensor, los politonos y los lugares comunes de la música clásica. Los terroristas demostrarán al mundo la conveniencia y hasta la necesidad de que la música vuelva a confundirse con la cotidianeidad, en vez de servir como simple vía de escape o distracción. Y el agente de la ley demostrará a los subversivos que a veces no hay nada más revolucionario que la orquestación del silencio. Una gozada de película, ópera prima al alimón de Johannes Stjärne Nils y Ola Simonsson, quienes ya habían manifestado inquietudes similares en algunos de sus cortos.
Por último, una cinta asocial y hastiada como hacía tiempo no veíamos: Notre Jour Viendra (Sección Oficial Fantástica - Galas), en la que Vincent Cassel y Olivier Barthelemy encarnan respectivamente a un psicólogo varado en una pequeña población francesa y a un inadaptado de la misma localidad. Ambos emprenden una huida a ninguna parte queriendo forzar que llegue su día, que las cosas puedan ser de otra manera, con los resultados que cabía esperar.
Primer largo de ficción de Romain Gavras (hijo del celebérrimo cineasta Costa-Gavras), Notre Jour Viendra es una road movie tan histriónica como finalmente conmovedora, aunque tengan más que ver en esto último las interpretaciones de Cassel y Barthelemy y la fotografía de Andre Chemetoff que las habilidades del realizador. Por otra parte, algunos le han echado en cara a la película que las motivaciones de sus protagonistas son difusas; pero cualquiera que se haya sentido como ellos se sienten al principio del film, no necesitará de un extenso background de sus vidas para empatizar con su rabia.
VIERNES, 8 DE OCTUBRE
Hay ediciones de un certamen que se viven con más o menos alegría, y hay jornadas de proyección que se abordan con un talante más o menos receptivo. Por razones que no vienen al caso, esta edición del Festival de Sitges se nos está haciendo más cuesta arriba que otras, y la jornada de ayer nos resultó especialmente fatigosa, por lo que las opiniones que se vierten a continuación deberían ser acogidas por el lector con precaución (es decir, con más precaución que de costumbre).
También es verdad que no contribuyen a mejorar nuestro humor cosas como L.A. Zombie (Sección Nuevas Visiones – Ficciones Oscuras), del veteranísimo guionista y director canadiense Bruce LaBruce. LaBruce es un icono entre la cinefilia queer y underground, al que le ha dado en los últimos tiempos (véase Otto, programada asimismo en Sitges hace un par de años) por mezclar el fantástico y el porno gay con ánimo supuestamente rupturista y desestabilizador.
Lástima que cineastas tan marcados por cuestiones sexuales e ideológicas como LaBruce, estén más pendientes de hacerse dignos de la caverna (no importa su signo) en que se ha hecho un hueco con sus acólitos a golpe de complicidad, que de expresarse con un mínimo de esfuerzo artístico, no vaya a ser que le descomponga la pose. En el caso de L.A. Zombie, las correrías —en todos los sentidos— de un muerto viviente por las calles de Los Ángeles son monótonas, y risibles cuando tratan de apelar a lo mistérico, manifestando en conjunto una increíble falta de creatividad visual por parte de su responsable; algo que no tiene tanto que ver con la misérrima producción de la película como con la falta evidente de talento, casi meritoria teniendo en cuenta que LaBruce lleva en esto dos décadas.
Por ahí se ha escrito que L.A. Zombie pone a prueba la tolerancia sexual del espectador, pero en Sitges hay pocas ursulinas entre el público. Lo único que pone a prueba LaBruce es nuestra tolerancia crítica, y ésa nos la hemos dejado en casa.
Otro tanto podría decirse de Somos lo que hay (Sección Oficial Fantástica a Competición), cuadro de familia disfuncional en desintegración acelerada que se había intentado vender como la Canino (Kynodontas) de la presente edición, y que no da en absoluto la talla. Si en el interesante film del griego Giorgos Lanthimos (uno de los más destacados de Sitges 2009) la figura paterna dominaba a su clan a través de la perversión del lenguaje, en Somos lo que hay ha instaurado un régimen de canibalismo ritual cuyo orden se viene abajo cuando él fallece.
Sin embargo, mientras Canino jugaba sin concesiones con la sugerencia y la extrañeza, dejando al espectador libertad aunque fuera para exasperarse, Somos lo que hay opta por una prosaica materialidad en lo narrado que hace justicia a su título, supuestamente irónico. Las pugnas por el poder en el seno familiar entre los dos hijos varones y su cacería de víctimas alcanzan muy poco vuelo, y lo mismo puede decirse del retrato crítico de las autoridades y la sociedad de México, tópico y burdo. Para colmo, los últimos planos suponen un cambio brusco de registro que delata lo calculadamente provocador de la propuesta. Entre los organismos que han auspiciado Somos lo que hay se cuenta un tal “Centro de Capacitación Cinematográfica”, que nos tememos no ha hecho bien sus deberes con el guionista y director debutante Jorge Michel Grau.
Peor fue lo de A woman, a gun and a noodle shop (Sección Oficial Fantástica a Competición), película que sobre el papel prometía ser una de las más recomendables de la edición: ni más ni menos que un remake de la ópera prima de los hermanos Coen, Sangre Fácil (1984), a cargo del antaño infalible Zhang Yimou (La Linterna Roja, Ni Uno Menos, La Casa de las Dagas Voladoras). Visto el film, el único dato de interés reside en el hecho de que la cinematografía china ostente ya los medios y el ánimo como para recrear una producción estadounidense con el consumo interior como objetivo, algo que está haciendo Hollywood continuamente; un signo más de creciente poderío económico y cultural por parte del gigante asiático.
En cuanto a la película en sí, desastrosa. El intento por transformar el género en que se inscribía el original (cine negro con numerosos rasgos irónicos propios de la posmodernidad) en una suerte de ópera bufa ubicada en la China del siglo XVII, se salda con una falta de ritmo y sentido narrativo lamentables, que hacen de A woman, a gun and a noodle shop una experiencia aburrida hasta lo irritante. En ciertos momentos, Yimou parece reírse del cine espectacular y estetizante que ha caracterizado su última (y menos interesante) etapa como realizador; pero eso no basta para justificar noventa minutos de idas y venidas por un paisaje lunar a cuenta de un adulterio y varios planes de asesinato entrecruzados, que parecen el doble de metraje.
Si queda algún lector de esta crónica malhumorada, poco inspirada y depresiva, le premiamos con una reseña positiva: la de Red, White & Blue (imagen que ilustra el artículo; Sección Nuevas Visiones - Ficción). Nos temíamos lo peor, ya que su guionista y director, el británico Simon Rumley, aburrió hasta a las ovejas con su anterior y muy pretencioso largo, The Living and the Dead, visto en Sitges hace cinco ediciones. Sin embargo, Red, White & Blue constituye una alegoría penetrante, brutal y a veces insólitamente lírica sobre los Estados Unidos de hoy, cimentada sobre un triángulo de amor y muerte que acaba como el rosario de la aurora.
Habrá quien lamente el cambio de tercio tan salvaje que se produce entre las dos mitades muy diferenciadas del film, así como los detalles ampulosos a los que Rumley parece no poder sustraerse. Pero la turbia delicadeza con que se plasma el terrible paisanaje texano —humano y escenográfico— que llena las imágenes, hace de Red, White & Blue una de esas producciones inaprensibles y hasta discutibles de acuerdo con el razonamiento estricto, pero que calan profundamente a nivel visceral.
Mañana, comentarios sobre Rubber, The Last Exorcism, Sound of Noise y alguna otra película, que no serán ni mucho menos tan negativos como los de hoy. Imposible que lo sean, de todas maneras, ¿verdad?
JUEVES, 7 DE OCTUBRE
La programación de la primera jornada hizo plena justicia a las pretensiones de los organizadores del Festival de Sitges por cubrir dos de sus objetivos declarados: ofrecer muestras de cinematografías emergentes (la serbia en este caso) y plantear un debate en torno a las nuevas formas de comunicación virtual.
Dos han sido las producciones serbias que ya hemos tenido la oportunidad de ver: A Serbian Film (en la imagen, Sección Oficial Fantástica a Competición – Panorama) y The Life and Death of a Porno Gang (Sección Nuevas Visiones – Ficciones Oscuras). Hace algunos años, Ivana Kronja ya avisaba sobre la preeminencia en aquel país (independiente sólo desde 2003) de un cine obsesionado con la representación del sexo y la violencia, como consecuencia venenosa de las guerras balcánicas que asolaron la región en la década de los noventa...
Tanto A Serbian Film (Sdrjan Spasojevic, 2009) como The Life and Death of a Porno Gang (Mladen Djordjevic, 2009) abrazan el tema y lo llevan al límite, pero sus modos formales no pueden ser más diferentes, lo que incide lapidariamente en sus resultados. La primera, que llega a Sitges con aura de película escándalo, es una soberana tontería, un producto efectista y tosco, apoyado en un montaje histérico, sobre un ex-actor de cine porno al que un siniestro director y productor brinda la ocasión de volver al género por última vez.
Felizmente casado y con un hijo, nuestro protagonista sucumbirá al ofrecimiento quizás por nostalgia, y se verá embarcado en un viaje a los infiernos cuya conclusión la prevé cualquier espectador mucho antes de que se produzca. El análisis sobre el estado de la cuestión serbia y la fascinación general con unas imágenes extremas que se han convertido en discutibles mediadoras sociales, pecan de discursivas y pretenciosas, y no pueden ocultar que se le está dando a quien mira más de lo mismo, sadismo sin refinamiento de ningún tipo. La grosera expresión “pollazo en el ojo” adquiere un sentido metafórico y literal exacto en A Serbian Film.
Mucho más interesante es la segunda, mezcla de relato hiperrealista y falso documental, adscrito como es norma en los últimos años al vídeo sin refinar, acerca de Marko, un joven e idealista realizador (vuelve a repetirse la reflexión metalingüística) que acaba rodando porno amateur y hasta snuff movies, secundado por una compañía itinerante que acaba constituyendo una gran familia.
Película en bruto, deslavazada e irregular, The Life and Death of a Porno Gang está sin embargo mucho más trabajada de lo que parece: Cuando se inicia el film, Marko expresa su deseo de crear una fábula exitosa apoyada en esencias serbias, y detrás suyo vemos los carteles de dos clásicos de culto, Pink Flamingos y The Rocky Horror Picture Show. Y ese será precisamente el modus operandi de la película que nos ocupa: la radiografía surreal de todos los estratos de la sociedad de aquel país y el devenir de las últimas décadas, a través de las peripecias enloquecidas y elegiacas de la troupe liderada por Marko. Un título a retener.
En cuanto a las dos películas que trataron el tema de la dependencia actual a Internet y las redes sociales, también eran muy opuestas en términos formales y argumentales. Chatroom (Sección Nuevas Visiones – Ficción) cuenta la tremendista historia de cinco jóvenes enganchados a un grupo de chat que liberan las frustraciones que les provoca la dura realidad cebándose los unos con los otros virtualmente. Maniquea, moralista y melodramática, a Chatroom sólo le falta que el último personaje que aparece en pantalla señale al espectador y le espete con firmeza “Di NO a Internet”. Que esté dirigida por Hideo Nakata, el antaño memorable firmante de Ringu (1998) y Dark Water (2002), sólo ha servido para acrecentar la desilusión.
Por fortuna, Catfish (Sección Nuevas Visiones – No Ficción) es mucho más ambigua y sutil. Para empezar, rompe como lo hace la recién estrenada Exit through the gift shop con cualquier frontera entre documental, falso documental y mockumentary; es absurdo perder un minuto en debatir si las peripecias de Nev, un enamorado a través de Internet a quien los realizadores Henry Joost y Ariel Schulman filman mientras intenta dilucidar qué hay de tangible en el objeto de sus desvelos, son verdaderas o no. El propio rumbo de los acontecimientos nos desvela que eso carece de importancia si hemos disfrutado del trayecto, y así le sucede a Nev y también al espectador. Una película de presupuesto mínimo, pretensiones cuasihumorísticas, apenas cuatro actores y tres localizaciones, que dice más sobre nuestra difícil relación con lo real y las vías de escape y alivio que los seres humanos nos buscamos (¿qué es si no el propio cine?) que cualquier película con pretensiones, aka Chatroom.
APERTURA
Arranca la 43ª edición del Festival Internacional de Cine Fantástico de Cataluña, que se celebrará entre los días 7 y 17 de octubre, y que cubriremos diariamente desde esta publicación.
Con motivo de la pasada edición, os comentábamos que la organización del certamen, coordinada por Ángel Sala, había optado por programar en cantidad no desdeñable películas ya exhibidas en festivales generalistas o no adscribibles al fantástico más reconocible para el aficionado; cine de autor como el que representaron Un Lac y Enter the Void.
Posiblemente, porque la cosecha de fantástico ortodoxo no había sido la temporada 2008-2009 demasiado brillante. Algunos se quejaron de ello. Para nosotros, la decisión dejaba en evidencia de por sí el delicado estado del género (y no olvidemos que esa es la función principal de un festival, brindarnos un panorama de la salud y las tendencias cinematográficas que constituyen su leit motiv), y de paso nos permitió ver un puñado de excelentes películas; lo que es de agradecer teniendo en cuenta que, habitualmente, uno tiene la oportunidad de ver cincuenta o sesenta en los diez días que suelen durar estos eventos, y para el recuerdo apenas quedan cinco o seis.
En cualquier caso, cada edición de un festival es un mundo y, en 2010, Sitges ha vuelto a apostar por el fantástico puro y duro. En palabras de la organización, “de manera coherente con nuestro tiempo y, a la vez, evolutiva en relación a lo que puede acontecer en un futuro cercano marcado por el desarrollo tecnológico y narrativo que estamos viviendo”.
Así, “la comunicación virtual”, “nuevas cinematografías emergentes” como la latinoamericana y “los mecanismos expositivos del género” pretenden ser la tónica de estos próximos días. Aunque, todo hay que decirlo, las intenciones “nunca conservadoras” de la organización se dan de bruces con ciertas realidades.
La primera que, en las diversas secciones de esta 43ª edición, abundan los títulos más que estrenados en sus países de origen (y por tanto fácilmente descargables, aunque quede mal apuntarlo), lo que dice mucho sobre la increíble capacidad de reacción de los piratas internáuticos… y sobre la discutible decisión de llenar las salas Auditori, Prado y Retiro con imágenes en parte “viejas” y predecibles; se observa poca capacidad de riesgo en la selección, una apuesta por valores seguros que puede estar relacionada con la crisis económica.
La segunda que, junto una mecánica organizativa cada vez más engrasada e iniciativas tan interesantes como los premios honoríficos a Richard Kelly, Joe Dante, Kim Ji-woon, Mick Garris y otras personalidades; la recuperación en pantalla grande de clásicos como El Resplandor; la edición del entrañable diario del festival (que cuenta este año con un colaborador de lujo, Tonio L. Alarcón); y el auspicio de libros como Profanando el sueño de los muertos (obra del propio Ángel Sala), nos topamos con los habituales trapicheos de corte regionalista y estratégico.
Entre los cuales podemos incluir la proyección de Héroes el sabado 16 de octubre (una propuesta que sólo podríamos tachar de fantástica en atención a su almibarada relectura de los años ochenta españoles en clave Los Goonies), así como la elección de la película de apertura, Los ojos de Julia; producida entre otras innumerables compañías por Televisió de Catalunya, y encuadrable en eso que hemos definido en alguna ocasión como “cine fantástico para quienes aborrecen el fantástico”, ejemplificado en la pasada edición por The Road. A partir de la sugerente historia de una mujer con problemas oculares degenerativos que trata de averiguar por qué se suicidó su hermana gemela (víctima de la misma enfermedad), Los ojos de Julia trata de contentar a todo el mundo a base de homenajes, bandazos genéricos —del melodrama casi almodovariano al giallo propio de Dario Argento— y una resolución formal relamida, lo que termina desembocando como era previsible en la indiferencia absoluta y hasta la sonrisa del espectador.
Hay, sin embargo, dos aspectos a retener de Los ojos de Julia. Por una parte, la insólita consagración de Belén Rueda como renovada exponente de heroína gótica a lo Olivia de Havilland o Barbara Steele (recordemos El Orfanato o El Mal Ajeno). Por otra, los esfuerzos del co-guionista y director del film, Guillem Morales, por concretar en pantalla esa “arquitectura del horror” sobre la que escribió Jake Mohan a propósito de Alfred Hitchcock, y que tanto contribuye sin que el público lo aprecie de modo consciente a la creación de atmósferas y escalofríos. Morales ya demostró su pericia para ello en su primer largo, El habitante incierto (2004); aunque, en aquella ocasión, la delectación de la cámara con los rincones, las esquinas y los espacios casaba más con las inenarrables peripecias de su protagonista (Andoni García) de lo que sucede en Los ojos de Julia; una película con demasiados productores para su propio bien.
Mañana, toda la información sobre lo que han dado de sí los compases iniciales del certamen. Aunque no queremos concluir nuestra crónica de hoy sin dedicar un cariñoso recuerdo a Óscar Brox, uno de los mejores críticos ahora mismo en activo, que no podrá asistir al festival en 2010 debido a otro tipo de obligaciones. No está uno muy seguro de que seamos en Sitges todos los que estamos; pero, sin Óscar, desde luego que no estamos todos los que somos.