Uno se pregunta a veces los motivos por los que unos productos triunfan y otros no. En otras ocasiones, la duda está no en ese éxito merecido, sino en sus asombrosas proporciones. Es decir, los motivos por los que un fenómeno subraya tanto esa naturaleza y se convierte así en objeto de un culto tan exagerado. ¿Coincidencia entre público más ruidoso y un visionario del marketing sin escrúpulos en la trastienda?
En ese sentido, considerando a Star Wars una trilogía que merece culto casi unánime (centrándonos en la trilogía original por tanto, olvidando los nuevos 3 primeros episodios), entendiendo que Indiana Jones es otra trilogía digna de alabanzas, de portar camisetas y de comprar videojuegos en su nombre (¿cuarta parte? ¿qué cuarta parte?) o comprendiendo que El Señor de Los Anillos mereciese hacerse con las navidades de tres años consecutivos, la duda es cuánto la cosa se fue de madre, y por qué no se fue en otros casos (podríamos, por poner algo más serio, añadir El Padrino, y hacer una mescolanza todavía más vistosa, preparando el terreno para hacer más llamativa la comparación que buscamos…).
Y sin más ambages: sí, Star Wars ‘mola’. Tiene grandes hallazgos y en ella se unieron los personajes y escenas propias de un momento de gracia para lograr una marca digna de liderar la sci-fi. Pero honestamente, como la segunda parte (quinta ahora) no hay nada en toda su serie. La tercera tiene ese tufillo característico en muchas trilogías a desenlace. A la primera incluso le cuesta coger el ritmo.
De Indiana Jones, tanto más de lo mismo, en esta ocasión centrada en su apertura: considerada una de las mejores de la historia del cine, a partir de ahí casi importa poco lo que haga el personaje, que en la tercera prácticamente se dedica a celebrar lo que debería haber sido el final ideal de la saga. Buena, buena, la primera.
También similar es el caso de El Señor de Los Anillos: al ritmo perfectamente equilibrado del debut (basado para más inri en la antigua versión de dibujos animados) le sucede una segunda de correrías cansinas y una tercera, nuevamente, con tufillo a desenlace tras la pirotecnia fallera (y por lo bajini: El Padrino, en toda su gloria, no es igual de equilibrada en las 3…).
¿Y cuál considera el redactor de estas líneas la mejor trilogía como tal? Pues sin complejos (más cuando el frikismo anterior, con la sola salvedad de El Padrino, demuestra que lo fantástico y divertido puede ser especialmente digno): Regreso al Futuro.
Cierto que la primera, como producto que costó sangre, sudor y lágrimas sacar adelante, (y sobre todo, sacar adelante como el producto perfeccionado siguiendo los sueños de los Bob Zemeckis-Gale), hecho además para ser autónomo y con su final abierto como simple chascarrillo, es un malabarismo de narración, despliegue visual a prueba del paso del tiempo, y carisma a raudales. Pero es que además la segunda parte, considerada por muchos espectadores confusa y cansina, es asimismo un prodigio de guión que la convirtió en el ejemplo en más de una universidad estadounidense de cabos atados. Y si su ritmo espídico (ah, dejemos la cuestión de los gadgets, cosa en que ejerce de visionaria sobre el frikismo que nos inunda estos días) no es suficiente, nos deja camino abierto a una tercera que, lejos de contentarse con el desenlace, cruza géneros con un Western repleto de guiños perfectamente ideados a nuestros tiempos, amén de un homenaje final a una de las escenas más clásicas de los duelos de vaqueros.
Uno, que la considera trilogía favorita indiscutible, que considera que su melodía de corte John Williams (siguiendo las instrucciones de Spielberg al respecto) como el conjunto de notas más emocionantes posible para ilustrar una escena de acción, podría pasar días desgranando detalles y narrando lo fascinante de una serie que se inició con uno de los guiones más rechazados de la historia de Hollywood. En lugar de eso hoy, queda dicho: puede ser subjetivo ponerla por encima de todas las antes nombradas, pero lo que no tiene cabida es olvidarla por no tener friki-militantes incordiando en las comic-con de cada año.