Todo el mundo tiene un amigo que asegura que en su pueblo ha contactado con espíritus o ha jugado a la ouija, historias que normalmente se escuchan con vago interés o simplemente por educación. Pues bien, en Ouija se nos cuenta la misma historia que aseguró haber vivido nuestro amigo colgado de turno, solo que esta vez no tenemos la obligación moral de prestar atención.
Clara, una joven estudiante de periodismo va al pueblo a pasar el verano con su tío, un cura ciego. Allí conocerá a un grupo de amigos interesados por las artes ocultas, que acaban de comprar una tabla de ouija a un misterioso mercader. ¿Realmente cree alguien que con este argumento se puede hacer una película digna? Por lo visto, en el cine español o hay mucho iluso o mucha gente que toma por ilusos a los espectadores, y que creen que ofertando una película de terror sin la más mínima calidad pueden ganar dinero. Al fin y al cabo razón no les falta, ejemplos como el Arte de Morir o Tuno Negro corroboran que no hace falta que una película española de terror tenga que ser buena para ser rentable.
Lo que diferencia a Ouija de las anteriores producciones es que está rodada con poco dinero, y aunque eso por un lado hace que se potencie más el ambiente y el trabajo actoral, por otro lado da a la cinta un aspecto cutre que la asemeja a las películas eróticas de los canales locales, y la acerca más a la serie B que a una película comercial propiamente dicha.
Rodada en escenarios naturales, pretende así imprimir realismo a una historia de por si poco creíble, no solo por el argumento de la misma, sino por como está desarrollado, e incluso por las frases hasta el extremo ridículas de los protagonistas (“desde que Santi está en el hospital no es el mismo” referiendose a un hombre en coma). Por otro lado hay que destacar la busqueda constante del susto fácil y por lo menos esto lo consigue. Pero para un agradable rato de miedo, y no una sucesión de sustos intercalados en un eterno tiempo muerto, hay otras opciones mejores.