Bigas Luna hace gala de poco interés a la hora de narrarnos su película, cayendo en una puesta en escena hortera y acartonada.
Segunda parte de la trilogía de Bigas Luna sobre las mujeres y el éxito –tras Yo soy la Juani (2006)–, la película que aquí nos ocupa se halla sensiblemente por debajo de su predecesora en lo que a resultados cinematográficos se refiere.
El realizador catalán nos propone el relato de Diana Díaz, una chica española que un buen día decide abandonar un empleo mediocre sirviendo copas en un pub para mudarse a Estados Unidos y cumplir el sueño de su vida, labrándose un porvenir en la industria hollywoodiense del séptimo arte. En su camino a la fama irá pasando por los diferentes peldaños previos, ascendiendo poco a poco hasta la cima que se ha propuesto con la ayuda de –o pese a– managers, agentes, actores, productores y demás fauna del mundillo del cine.
Quien esperara un ácido retrato de la Meca del Cine obviamente saldrá despagado, ya que la plasmación de las experiencias acumuladas durante cuatro años en tierras norteamericanas por el realizador de Las edades de Lulú (1990) resulta decepcionante se mire por donde se mire. El argumento está poco trabajado, optando en la mayoría de las ocasiones por la elección más fácil y tópica, y derivando con el paso de los minutos en algo que no se sostiene por ninguna parte y que mueve al aburrimiento e incluso a la risa involuntaria ante la resolución de muchas situaciones. Tramas secundarias como la de la amiga española de la protagonista sólo invitan a la desidia, y se ve a la legua cómo evolucionará y en qué momento colisionará con la historia principal.
Bigas Luna hace gala de poco interés a la hora de narrarnos su película, cayendo en una puesta en escena hortera y acartonada, donde tanto la fotografía como la música parecen diseñadas a propósito para transmitir ese efecto. Por otro lado, echa mano una y otra vez del recurso fácil de las tórridas escenas de cama –o de piscina, tanto da– marca de la casa, y que probablemente contentarán a los espectadores que únicamente busquen eso.
Pero sin duda, la mayor tara de esta producción son las escasas cualidades interpretativas de su protagonista, una Elsa Pataky que acaba saturando nuestras retinas a base de ser casi omnipresente gracias a innumerables primeros planos huecos y faltos de garra. La actriz demuestra ser incapaz de insuflar vida a un papel que necesitaba otro tipo de talento, y sólo cuando la cámara se centra en sus desnudos llega a desviar brevemente la atención. Es evidente que cargar todo el peso del film sobre ella ha sido un error de bulto del realizador. Como curiosidad, y siendo quien es la intérprete absoluta, sorprende que entre los muchos recursos para ir medrando no se sugiera en ningún momento recurrir a la cirugía estética, ni siquiera como posible guiño simpático.
Resumiendo, los clichés mal contados logran hacer naufragar con celeridad una cinta que ni por asomo consigue un retrato tan acertado de lo que puede ser la gran industria del cine como la recomendable serie televisiva El séquito, y que apena deja espacio para que reflexionemos, como se invita a la protagonista en un momento determinado, sobre la diferencia existente entre ser una gran actriz y ser una estrella. En ese sentido, Elsa Pataky, al igual que Di Di Hollywood, parecer tener muy claro su objetivo.