¿Es David Fincher usuario de facebook? O mejor, ¿lo era antes de que el proyecto de adaptación de su historia se cruzase en su filmografía? ¿pasa el realizador de Seven o El Club de la Lucha las tardes libres compartiendo su estado, sus tribulaciones, publicando fotos suyas de rodaje o de sus tardes de cervezas con amigos?
Una forma de medir a los directores de cine, es en base a la diversidad de su obra. No se trata de hacerse cruces si uno es especialista en Western, si todo lo que supo fue contar historias de ultratumba o si su universo de personajes precisaba de seres galácticos o travestis de la movida madrileña. Pero sí hay un mérito especial en la naturaleza todoterreno, que tanto dé si es un thriller-mutilante, como una biopic no autorizada. En ese sentido, los pronunciamientos a propósito de La Red Social ya ponían en evidencia que al margen del interés o no por Facebook de su autor, más allá de la importancia que le dé al hecho de que la humanidad se traslade a Internet a compartir con especial gozo los recovecos de su intimidad (dejando a un lado sus tradicionales conspiraciones de gobiernos-espía), ha logrado armar una cinta donde las particularidades de sus personajes, su evolución y las complejas formas de tratar de participar en el hallazgo de la quimera, resultan tan atractivas como para que su metraje se nos escape en un suspiro.
Fincher, se centra aquí en la naturaleza humana de un grupo de personajes que no le queda lejano cuando logra identificar en ellos a jóvenes creativos que prácticamente han de pedir permiso a adultos y enfrentarse por una visión: “en cierto sentido lo que hace Zuckerberg no dista mucho de lo que es dirigir un filme: haces crecer un proyecto, y tu trabajo es hacerlo crecer bien y asegurarte que otros lo mejoran y lo cuidan”. Con un importante matiz: “si tienes que herir los sentimientos de otras personas para protegerlo, entonces es lo que tienes que hacer”.
Para eso, aparte de las habilidades de Fincher, cumple una función esencial tanto la adecuación de un casting en que cada uno de sus personajes aparece perfectamente construido (incluyendo aparición intrusa del mundo de la música en curiosa paradoja) como, muy especialmente la habilidad al guión de alguien acostumbrado a elaborar diálogos entre conspiraciones de oficinas del máximo nivel (Aaron Sorkin, El ala oeste de la Casa Blanca). Tanto uno como otro sabían que la precisión de la historia conllevaría que sus personajes en la vida real terminarían por ‘desheredarla’, pero si Fincher aceptó era porque había visto el suficiente esfuerzo para buscar la verdad como para que el proyecto mereciese un respeto. Después de eso, como siempre, lo importante es la historia. Y más o menos rigor de por medio, más o menos afición a Facebook por parte de unos y otros, La Red Social cumple holgadamente su función de entretener y diseccionar la particular naturaleza de los tipos tras el celebrado Gran Hermano de nuestros tiempos.