Las únicas novedades que plantea "Paranormal Activity 2" respecto a su antecesora son de carácter cuantitativo, la calidad de lo propuesto sigue siendo ínfima.
Habíamos rogado al coordinador de esta página cubrir el estreno de Paranormal Activity 2. La lamentable producción original, rodada en vídeo doméstico con unos valores técnicos y artísticos inexistentes, ya había sufrido intromisiones por parte de Paramount Pictures y Steven Spielberg a fin de que lo ofrecido al público tuviera una mínima dignidad. Albergábamos la esperanza de que una continuación bajo control absoluto del gran estudio lograse mejorar lo ofrecido en Paranormal Activity e incluso, quién sabe, derivar en algo parecido una buena película.
Craso error. ¿Para qué esforzarse en hacer del miedo algo más que un gag de YouTube cuando la cinta de Oren Peli costó sólo quince mil dólares y recaudó en todo el mundo cerca de doscientos millones? Paranormal Activity 2 constituye un remedo, casi una parodia involuntaria de Paranormal Activity; comida basura con la que alimentar audiovisualmente Halloween. Las únicas novedades son de carácter cuantitativo: la familia que sufre el acoso de una juguetona entidad demoníaca la componen cuatro miembros, y no dos. Y las cámaras de vídeo que relatan con falso naturalismo la acción son siete, seis de ellas correspondientes a un circuito de vigilancia instalado en la casa donde acontecen los hechos sobrenaturales, y una de nuevo en manos de los propios personajes.
Por lo demás, el tedio en espera de unos sustos que llegan tarde y mal, y los minutos de relleno a cuenta de una exaltación irritante de la vulgaridad cotidiana, hacen del visionado de Paranormal Activity 2 una experiencia tan insoportable como lo fuese el de su predecesora. Lo único interesante es hasta qué punto la presencia de profesionales como el guionista televisivo Michael R. Perry (Millennium, Ley y Orden) y el director Tod Williams (Una mujer difícil), fuerza aspectos dramáticos que tratan de ligar la película a la anterior —y a la siguiente— introduciendo en la acción a Katie y Micah (protagonistas de Paranormal Activity), estableciendo una línea temporal solapada con la del primer film (estrategia practicada por la franquicia Saw, la serie Lost o la saga Half-Life) y creando un background a los acontecimientos que nos remonta a generaciones pasadas —atención, futura precuela—.
En cualquier caso, dichas aportaciones nunca alcanzan otra categoría que la de curiosidad, e incluso socavan la verosimilitud del argumento principal de la franquicia, el found footage o grabación espontánea. Y en cuanto al hecho de que los productores de Paranormal Activity 2 se hayan gastado tres millones de dólares para simular que su película es un accidente afortunado y cutre como lo fue Paranormal Activity, sólo propicia sombrías conclusiones: pensar que películas que explotan admirablemente el potencial cinematográfico del género como Insidious (James Wan, 2010) y The Ward (John Carpenter, 2010) tendrán problemas para estrenarse y posiblemente pasen ni pena ni gloria por la cartelera, mientras cosas como la que nos ocupa —cuyo nivel creativo, insistimos, no supera al de uno de esos correos en cadena que desvela imágenes de una autopsia en Roswell— acaparan la atención de la chusma de multisala, es como para retirarse a la Fortaleza de la Soledad.
Eso sí, el estreno de Paranormal Activity 3 lo va a cubrir Rita la Cantaora.