Digna adaptación de una novela que retoma la tradición vampírica más ortodoxa.
En pocos meses veremos la revisión de varias películas europeas de éxito que son reconstruidas para explotar sus memorables historias en tierras norteamericanas. Quién se pregunte sobre esta necesidad, baste recordarle que en el país del cine por antonomasia es prácticamente imposible ver una producción que no sea nativa, de ahí su constante interés en recrear historias que han funcionado en otros países para su propio público.
En España, país europeo y norteamericano como pocos (a pesar de cierta impostada antipatía hacia todo lo que huele a yanqui), vivimos en la bipolaridad de consumir lo que se produce en ambos mercados, lo que nos convierte en espectadores privilegiados o en sufridores bicéfalos condenados a perder el tiempo en discusiones acerca de qué versión es la mejor.
Ante nuestras narices pasarán en breve las nuevas versiones de la trilogía Millenium, sí, las de las novelas de Stieg Larsson, como lo acaba de hacer este fin de semana Déjame Entrar cuando aún está intacta en la memoria de muchos aficionados la delicada belleza y firme narrativa de la cinta dirigida por Tomas Alfredson en 2008 cuyo título original era Let The Right One In.
Nunca ha sido más apropiado un título para una operación de marketing, ya que la petición que asoma en el cartel parece más un guiño a los espectadores que ya vieron el film original que la mención al permiso que necesita el vampiro antes de comparecer en casa ajena. La película parece pedirnos que volvamos a verla con la inocencia con que vimos su predecesora, algo francamente difícil dada su calidad.
El encargo de ilustrar por segunda vez la enternecedora pero cruel historia de amor entre un humano y una vampiro de doce años ha recaído en Matt Reeves, un curtido guionista y director de televisión (Felicity) que consiguió un excelente resultado de taquilla con Monstruoso (2008), una interesantísima mezcla entre REC y Godzilla cuya intensidad creciente dejaba muy buenas sensaciones en los espectadores.
Aunque en las entrevistas promocionales Matt Reeves no ha parado de decir que ha reinterpretado la novela original sin acudir a las referencias visuales de su predecesor, este argumento se cae en los primeros minutos de metraje. La ocultación de los rostros de algunos personajes adultos, especialmente los padres del niño protagonista, es una decisión visual difícil de interpretar desde la novela, siendo sin más un acierto rotundo de Tomas Alfredson que no hubo más remedio que copiar dado que señala el mundo desestructurado y falto de referencias en el que vive el niño protagonista.
Descubierta la innecesaria impostura, es muy difícil juzgar el trabajo de Reeves sin tener su precedente en el otro ojo. Innecesaria porque la puesta en imágenes de este Déjame entrar es también apreciable, incluso en la idea de trasladar la acción desde las inhóspitas afueras de Estocolmo al nevado invierno de Nuevo México, donde cualquier referencia ambiental ofrece más calidez que la rigidez y espacios vacíos de la capital sueca.
Reeves realiza un buen trabajo, sólido y delicado como corresponde al material que maneja, haciendo creíble el nacimiento de un amor transversal a la vida y la muerte entre dos inadaptados: uno, al feroz mundo en el que le ha tocado vivir; la otra, caminando muerta de sed y ajena al calor humano a través de los siglos.
Chlöe Moretz, la descarada Hit-Girl de Kick-Ass (Mathew Vaughn, 2010), vuelve a demostrar su carisma y talento delante de la cámara, augurándose un porvenir repleto de belleza y protagonismo. Pronto la veremos en lo nuevo de Martin Scorsese y en la secuela del antihéroe mencionado.
Kodi Smit-McPhee fue el niño en el que recayó la salvación de la humanidad en la apocalíptica La Carretera (John Hillcoat, 2009) y aquí vuelve a aportar su rostro abúlico para encarnar perfectamente a un crío perdido dentro de una familia rota. Para rematar el reparto está Richard Jenkins, sobre el que cualquier adjetivo podría minusvalorar la calidad de sus trabajos en los últimos cinco años.
Déjame entrar es una digna adaptación de una novela que retoma la tradición vampírica más ortodoxa precisamente en medio de una contaminación de chupasangres con menos fundamento que Brácula Condemor. Y una lección acerca del amor más allá de efervescencias adolescentes.