Casi dos horas de lugares comunes del género de terror psicológico, que probablemente satisfarán al espectador corriente, pero que provocarán el hastío en aquellos que esperaran algo más.
El cine español sigue confiando en el terror para que la caja cuadre al final de año. Los ojos de Julia se presenta como una de las últimas esperanzas para un 2010 no excesivamente boyante en cuanto a títulos rompedores en taquilla. De ahí que se haya bombardeado a los posibles espectadores de esta cinta con una serie de referentes de tirón comercial, ineludibles a la hora de hablar de sus supuestas excelencias.
Son muchos los puntos en común entre el filme que aquí nos ocupa y El orfanato (Juan Antonio Bayona, 2007), entre ellos la producción a cargo de Guillermo del Toro, la presencia de nuevo como protagonista de Belén Rueda, así como el hecho de contar con buena parte del equipo que se hallaba tras las cámaras de aquel título. A la dirección, sin embargo, encontramos a un Guillem Morales que tras el cortometraje Back room debutara en largo con El habitante incierto (2005), cinta de culto entre los aficionados al suspense que a buen seguro se revalorizará ahora, después de que pasara desapercibida por las salas de exhibición.
Los ojos de Julia pretende inquietarnos sumergiéndonos en las pesquisas que lleva a cabo la protagonista de la historia para averiguar si su hermana se ha suicidado o si ha sido asesinada. En sus casi dos horas de duración asistimos al muestrario habitual de lugares comunes del género de terror psicológico, que probablemente satisfarán al espectador corriente, pero que provocarán el hastío en aquellos que esperaran algo más que un rutinario relato sin alicientes adicionales.
Destaquemos la buena mano de Morales para la puesta en escena, que se ve reforzada por una excelente fotografía –la música ya es harina de otro costal– y algunas interpretaciones muy sólidas por parte de Lluís Homar o Julia Gutiérrez Caba. Además, el realizador catalán ha puesto la vista en los clásicos para impregnar de la atmósfera adecuada a la cinta, y podemos encontrar ecos tanto de Alfred Hitchcock o títulos como El fotógrafo del pánico (Michael Powell, 1960) o Sola en la oscuridad (Terence Young, 1967) como también del giallo italiano, con Mario Bava y Dario Argento a la cabeza.
Es reseñable asimismo la escena inicial de esta producción, y algún que otro logro –el segmento en el vestuario femenino–, que contribuyen a crear la siempre necesaria tensión para mantener una obra así a flote. Belén Rueda, musa del terror cinematográfico patrio, tampoco se convierte en un lastre, pese a su casi constante presencia en pantalla.
Sin embargo, según transcurren los minutos van surgiendo las taras de una película que sólo aspira a mantener al espectador pegado a la butaca al estilo tradicional (no podían faltar los sobresaltos telegrafiados por la música), echando mano de un guión efectista y sujeto con pinzas, con situaciones al borde del ridículo, alargado excesivamente, y que desemboca en una resolución precipitada con un epílogo rayano en lo cursi.
Así pues, quien quiera dejarse embelesar por este terror de manual podrá hacerlo sin complejos, envuelto en un más que digno virtuosismo técnico, mientras que aquellos que busquen algo de más enjundia bajo la superficie tendrán motivos para despotricar y esperar algún estreno futuro que sacie sus expectativas.