¿No conforma en el fondo un tipo bañado en cagadas de perro la metáfora más exacta sobre cómo se siente uno cuando escucha a José Luis Rodríguez Zapatero, ve a Belén Esteban, negocia la hipoteca con un banco o visiona "Come, Reza, Ama"?
Indescriptible. En el mejor de los sentidos. Esta sucesión lacónica de bromas grabadas con cámara oculta, autoflagelaciones físicas y emocionales, desafíos escatológicos y payasadas sin sentido de la medida escapa a todo análisis crítico que pretenda elevarse por encima de lo que constituye la propuesta: un esfuerzo por hacer reír al espectador sin reparar en medios argumentales ni visuales, y cuyo resultado por tanto es tan alucinante, incluso abochornante, como a la postre hipnótico.
Porque uno se ríe bastante con Jackass 3D; más, de hecho, que con las innumerables comedias conformistas que han ido estrenándose a lo largo de 2010, tan presas de valores y códigos estereotipados. Y porque las tres dimensiones y las imágenes filmadas a alta velocidad funcionan asimismo mejor que en producciones de supuesto más empaque; aportan a las dos películas ya protagonizadas por Johnny Knoxville y sus amigos, a la serie previa auspiciada por la MTV, e incluso a los primitivos vídeos de 1999 en los que Knoxville probaba en sí mismo la eficacia de chalecos antibala y pistolas eléctricas, un plus de fisicidad sadomasoquista que se pasa por el forro cualquier consideración sobre los límites de lo representable. Si te apetece ver con toda nitidez y frente a tus narices la erupción de un gigantesco excremento humano, las ondas sísmicas sobre un rostro de un puñetazo brutal, o un pene orinando sobre cabezas ajenas, Jackass 3D es tu película. Y si la idea te desagrada, siempre puedes identificarte con las vomitonas que sobrevienen a los propios cámaras mientras filman ciertos gags, recogidas también con todo detalle.
Habrá quien opine que no nos hallamos sino ante una realización degradante y estúpida, que da la razón a los apocalípticos que nos avisan habitualmente sobre la decadencia de Occidente; ante un ejemplo más de ese exitoso espectáculo de la vulgaridad con el que se nos aliena a diario y que contribuye a sostener lo que Sayak Valencia ha denominado capitalismo gore, al potenciar "la omisión y la falta de un lenguaje para pensar las realidades contemporáneas, desactivándonos como sujetos políticos [...] La exhibición de la violencia y el devenir snuff de las imágenes se han convertido en códigos rentables de producción".
Y, sin embargo, ¿no tiene algún mérito una película como Jackass 3D en tanto espejo distorsionado hasta el límite de otros muchos espectáculos políticos, mediáticos, socioeconómicos, que la grey —tan amiga de rechazar películas como la que nos ocupa por atentar contra su buen gusto y su moral— acepta a diario como si fueran naturales y hasta recomendables? ¿No conforma en el fondo un tipo bañado en cagadas de perro la metáfora más exacta sobre cómo se siente uno cuando escucha a José Luis Rodríguez Zapatero, ve a Belén Esteban, negocia la hipoteca con un banco o visiona Come, Reza, Ama? La única diferencia entre unos y otros es que los chicos de Jackass ni se engañan ni nos engañan: "Sólo queremos divertirnos", asegura Knoxville. Y uno de sus secuaces, Bam Margera, va más lejos todavía a la hora de despejar dudas sobre la importancia del fenómeno: "Hoy en día todo el mundo sufre de hiperactividad y déficit de atención. Y, en ese aspecto, Jackass es perfecto: puedes ir a mear, y cuando vuelves no te has perdido nada".
Una despreocupación creativa, por otra parte, que liga Jackass 3D y sus predecesoras a toda una corriente de humor entre el dadaísmo y lo anarquista que tiene su origen ni más ni menos que en El regador regado (1896), considerada la primera película de ficción y, en esencia, un gag perfectamente adscribible al universo Jackass. Sólo que, al hacer concluir los cuarenta segundos de su metraje con un jardinero castigando al chiquillo que le había empapado, los hermanos Lumière daban pie a un relato, a un orden narrativo, lo que siempre lleva aparejado un orden moral. Desde entonces, el humor más digno de tal nombre, el transgresor de la cordura consensuada de las cosas, ha saltado del slapstick mudo al trinomio Zucker/Abrams/Zucker —pasando por los Hermanos Marx durante su estancia en la Paramount, los Looney Tunes, los Monty Python y aquellos niños Cero en Conducta de Jean Vigo que, como la tropa de Jackass, enarbolaban la bandera pirata como símbolo de su indomabilidad—, tratando en todos los casos de atravesar mediante lo absurdo, lo fragmentario, lo irreflexivo, lo considerado en su momento vulgar, la superficie domesticada de la normalidad.
Johnny Knoxville y los suyos, "libre asociación de ciudadanos" tal y como la vivió e imaginó el libertario Jules Vallès, devienen así insospechados herederos de toda una tradición de gamberros empeñados en mear contra el viento; lo que se traduce en nuestros tiempos en mear contra el paternalismo, la blandenguería, la sofisticación, la emasculación social del macho y el miedo cerval al dolor y la muerte que nos caracterizan. Pero ojo, porque nada tan volátil como las corrientes de aire, y quién sabe si el tiempo no terminará salpicando el criterio de quienes hoy estigmatizan experiencias como Jackass 3D.