Es dificil señalar hoy día un tema más importante e interesante que este para realizar una película. Otra cosa es que el público busque este tipo de entretenimiento.
Una de las mayores dificultades para el ciudadano medio es llegar a entender cómo funcionan realmente los resortes del poder y el gobierno. Aunque vivimos una ilusión de soberanía popular, a nadie se le escapa que las verdaderas decisiones gubernamentales están muy alejadas del ojo de la ciudadanía, respondiendo a intereses geoestratégicos, económicos y políticos que rara vez son conocidos y aclarados.
El cine, como negocio y entretenimiento, no suele enfangarse en estos laberintos a no ser que sea para reivindicar un hecho o personaje histórico. Cuando lo hace, se arropa con las claves de géneros como el thriller o la farsa para que, con un poco de azúcar, la píldora de la cruda realidad se nos haga menos difícil de tragar.
En fechas recientes, la británica In the Loop (Armando Ianucci, 2009) nos contaba en clave de esperpento como las decisiones de mayor enjundia a nivel mundial podían ser simple fruto de un malentendido o una refriega política personal. La magnífica Syriana (Stephen Gagan, 2005) ilustró el llamado efecto mariposa mostrándonos cómo el cierre de una refinería en una ciudad determinada podía provocar un atentado terrorista a decenas de miles de kilómetros, destapando la esencia de la realidad poliédrica, alambicada y polisémica en la que vivimos.
Caza a la Espía viene a ser un capítulo más en este intento de explicar en qué consiste el intrincado juego del poder en nuestro mundo, o cómo los imperios actuales ejercen su autoridad en base a manipular múltiples hilos del la política, la sociedad, los medios, las fuerzas millitares...
En Caza a la Espía, la agente de la CIA Valeria Plame trabaja en varias investigaciones sobre Irak que concluyen la inexistencia de un programa de proliferación nuclear. Su propio marido, ex-diplomático en varios países africanos, es reclutado por la CIA a instancias de su mujer para comprobar que Irak no ha comprado uranio en ellos, hecho que confirma tras un viaje. Sin embargo, ambos comprueban atónitos cómo su información se usa en sentido contrario para justificar el comienzo de la guerra y la invasión de aquel país.
El productor y director Doug Liman, responsable de El Caso Bourne, Jumper o Sr. y Sra. Smith, se calza la cámara al hombro para rodar con nervio este guión donde la dialéctica entre distintos personajes es prácticamente el único resorte de progreso de la trama. Hasta tal punto es así, que momentos como la clásica muestra de felicidad familiar de los protagonistas o el archiconocido conflicto sobre los hijos transcurre muy alejado de los clichés y sentimentalismos habituales, aumentando la credibilidad de lo narrado y dando crédito a las profesiones y actividades de los protagonistas. El guión y realización de la cinta se centran en mostrar el delgado hilo que separa puntos de vista opuestos cuando se trata de evaluar un conflicto en el que están implicados todo tipo de intereses económicos, nacionales, internacionales, bélicos, sociales...
Sin duda, la cinta es un alegato contra la mentira que sirvió a la administración Bush para invadir Irak, como no podía ser de otro modo teniendo en su reparto al muy demócrata Sean Penn. Pero a su vez, tal vez conscientemente, esconde en dos diálogos y secuencias extraordinarios la justificación de este tipo de intervencionismo por parte de cualquier estado preponderante o imperialista en el concierto mundial.
Al igual que la ya famosa secuencia que enfrentaba a Jack Nicholson y Tom Cruise en el juicio de Algunos Hombres Buenos (Rob Reiner, 1992), en esta película existen dos escenas que explican cómo puede llegar a ser razonable actuar como actuó el gobierno norteamericano en ese momento. En la primera, un personaje le pregunta a la agente de la CIA encarnada por Naomi Watts cómo consigue mentir sin que le afecte, a lo que contesta que basta saber por qué causa se miente y no perder nunca ese motivo de foco.
En la segunda secuencia, un mando de la CIA recrimina al adjunto al Vicepresidente la presión con que le exige fiabilidad en sus informes, alegando que ellos únicamente contrastan y verifican información, sin que esta pueda ser concluyente en algunos casos. El adjunto, visiblemente tenso y molesto, le pide un porcentaje de fiabilidad en la información ofrecida sobre la existencia de un programa nuclear en Irak. Ambos, tras tantear porcentajes, estiman en un 99,5% la posibilidad de que dicho programa no exista. El adjunto entonces le recuerda que un margen de error de un 0,5% sobre, por ejemplo, la población norteamericana, es aproximadamente un millón y medio de ciudadanos. Tras lo que le invita a decidir si dejar ese margen de error al azar en una decisión gubernamental, a cambio de que recaigan sobre su conciencia ese número de posibles muertes.
Es dificil señalar hoy día un tema más importante e interesante que este para realizar una película. Y también elegir un estilo más directo y sobrio para hacerlo como el que ha elegido Liman. Otra cosa es que el público busque este tipo de entretenimiento en la sala de cine, porque depositar en la cabeza del espectador toda la problemática moral sobre uno de los hechos más controvertidos de la historia reciente no suele ser un buen reclamo para la taquilla. Quizá se trate de que, como dijo Nicholson a Cruise, los espectadores no estemos preparados para encajar la verdad. Y quizá por eso el cine, y nuestros gobiernos, nos mienten.