Sofisticado juego de relojería sobre las pasiones humanas, los deseos y las inquietudes que nos provocan, su veracidad o su impostura según nuestros intereses.
Tamara Drewe es la adaptación de una reciente historia gráfica a cargo de la dibujante británica Posy Simmons publicada en el diario The Guardian. Teniendo como base la novela de Thomas Hardy, Lejos del Mundanal Ruido, su argumento circula por una mezcla de costumbrismo y modernidad, en la que un refugio de escritores en un paraje rural e idílico se convierte en el escenario de las más altas y bajas pasiones.
Puede sorprender a primer golpe de vista la elección de este guión por el realizador Stephen Frears para ser rodado. La adaptación de un cómic por un director tan aferrado al realismo o las recreaciones de época no parecía un material de partida viable, sin embargo, a los pocos minutos de su desarrollo aparecen las verdaderas características de una historia en la línea de las muchas que ya ha filmado.
Tamara Drewe es un sofisticado juego de relojería sobre las pasiones humanas, los deseos y las inquietudes que nos provocan, su veracidad o su impostura según nuestros intereses. Es posible que Stephen Frears no haya hablado de otra cosa en su filmografía, desde aquella preliminar Mi Hermosa Lavandería (1985) a sus recientes The Queen (2006) o Chéri (2009), sin olvidarnos de su celebérrima y paradigmática Las Amistades Peligrosas (1988).
En su guión, Moira Buffini traza una impecable galería de personajes arquetipo cuyo conocimiento previo por parte del espectador juega una buena baza respecto a los sorpresas que nos reserva sobre ellos: un escritor afamado y adúltero, un ama de casa sacrificada por la carrera de su marido, un escritor academicista y acomplejado por su incapacidad amorosa, un apuesto jardinero atrapado por sus errores y su herencia familiar, un famoso batería de rock asediado por las mujeres, unas adolescentes aburridas dispuestas a lo que sea para desfogar su desequilibrio hormonal y Tamara Drewe... todos ellos mezclados en un cóctel de pasiones en tono de comedia con fondo rural determinante en la resolución de la historia.
Stephen Frears se desenvuelve como pez en el agua con un conjunto de actores cuyos papeles les caen como trajes a medida, desde la guapísima y solvente Gemma Atterton como Tamara Drewe hasta los excelentes actores de teatro Tamsin Greig y Roger Allam, este último repitiendo con Frears tras The Queen. Porque algo de teatral hay en la puesta en escena de este enredo a muchas bandas que filma Frears, algo también muy habitual en él, perfecto retratista y observador de la gestualidad de sus personajes en sus contrariedades y circunstancias.
Frears acierta al rodar en planos cortos, multitud de ellos, y la solución de un montaje picado para dar con maestría el alegre dinamismo a esta comedia en la que el rechazo o aceptación amorosa por parte de dos personajes provoca un efecto dominó en el resto de las relaciones entre los elementos del grupo. Alguien dijo que un despecho amoroso había conseguido que cayesen imperios a lo largo de la historia (ahí está esa última versión de este mito a cargo de Aaron Sorkin en el guión sobre la creación de Facebook) y esta película no viene más que a ilustrar como un simple desagravio adolescente puede romper un matrimonio varias décadas después.
Stephen Frears es una referencia del cine británico y mundial, un director que ha conseguido firmar cine de calidad tanto en el ámbito independiente de su país de origen como bajo la tutela del mainstream en Hollywood (Los Timadores, Héroe por Accidente) quizá porque se ha mantenido fiel a su temática de personajes por encima del envoltorio en el que estuviese trabajando. Puede que, como le sucedía a su Valmont, lo siente, pero no puede evitarlo.