Su ingrediente más ambicioso reside en la excelente química desprendida por su pareja protagonista.
Son numerosos los ejemplos que nos han hecho concebir al cine entre fogones como un género en sí mismo. La maravillosa Deliciosa Martha -obviemos el edulcorado remake americano Sin reservas- el sleeper sorpresa que tan buenos resultados dio en Sundance Bella, o la aportación patria Dieta mediterránea, son parte de un mundo en el que las emociones surgen en conjunción con los aromas de los platos cocinados.
Las cocinas proporcionan, por tanto, un vehículo para encauzar las historias de unos personajes perdidos que luchan por encontrar su lugar en el mundo. En el caso que nos ocupa, el país suizo es el elegido por el debutante David Pinillos como escenario para narrarnos una historia de amor poco corriente. En ella, David (un fantástico Unax Ugalde), cocinero en ciernes, deja Bilbao para comenzar una nueva vida en Zurich donde entra a trabajar en uno de los restaurantes más prestigiosos de la ciudad. Dejando atrás a su familia y a su novia de toda la vida, David encuentra refugio en Hanna (Nora Tschirner) una joven sumiller de la que se enamora al instante... aunque ésta venga con sorpresita.
Aderezada con una melancolía que impregna toda la cinta, Bon appétit sorprende en cierta medida al dejar a un lado el edulcorante, engorroso ingrediente que en muchas ocasiones acaba por destrozar más de un plato, optando por una sobriedad –no parece casual el gélido país elegido- gracias a una puesta en escena cálida, razón que al mismo tiempo provoca una sana empatía en el espectador.
Todo cocinero que se precie debe mantener en secreto ciertos trucos para que sus platos resalten lo mejor de ellos. En el caso del anteriormente montador Pinillos, su ingrediente más ambicioso reside en la excelente química desprendida por su pareja protagonista, acaparando con sencillez una luminosidad incorruptible. Tanto es así que una historia que no es el colmo de la originalidad logra sensibilizar, sin aditivos, mientras sus personajes exploran el límite de sus emociones sin caer en el sentimentalismo barato.
Con todo Bon appétit cautiva por su falta de pretensiones con un marcado carácter intimista, algo que la hace más especial. Encandila con su romanticismo sencillo y cercano sin dejar de ser un filme, todo sea dicho, con propensión a visitar lugares comunes reconocibles por una audiencia curtida en estas lides.