Entre las muchas alabanzas que se han vertido sobre Luis García Berlanga, una me ha llamado la atención, quizá porque sea la que más se acerca a la idea que tengo del director valenciano. Creo que la dijo, a volapié, José Sacristán, y se refería a su bondad como un fruto natural de su inteligencia.
No recuerdo haber oído nunca que Berlanga estuviese en medio de alguna disputa profesional o personal, algún áspero suceso de opiniones cruzadas o similar. Debía ser imposible enfadarse con este hombre afable que, al igual que sucedía con su compañero Rafael Azcona, desnudaba a los impostores a base de chanzas y buen humor.
Y este rasgo de su caracter es relevante porque Berlanga, y otros cineastas de su época, se enfrentaron a no pocas y tremendas dificultades para ejercer su oficio.
Cuando Berlanga empezó en el cine, no se hacían cortometrajes, ni se participaba en concursos de cine, ni se entregaban subvenciones a fondo perdido. O te metías en la industria que había, poca, y acatabas sus reglas o no hacías cine. Y así, en una época donde prácticamente sólo se hacían películas folclóricas o de corte moral adecuado al régimen, Berlanga y compañía consiguieron que les produjesen Bienvenido Mr. Marshall.
Cuando el productor entregó a Pepe Isbert, una estrella de la época, aquel guión tan extraño, se enfadó bastante. Que qué era aquello. Que si pensaba que él, a su edad, iba a interpretar ese personaje. El productor, ejerciendo de mediador (que es uno de sus trabajos) pidió a los guionistas Berlanga y Juan Antonio Bardem que reescribiesen el papel para adecuarlo a las peticiones del actor. Por supuesto, lo hicieron. No hubo ni una sola palabra acerca de la integridad artística de su obra, de la inapelable necesidad de mantener intacto el espíritu del guión, ni ninguna otra reivindicación ridícula a las que ahora estamos muy acostumbrados.
Además, en esos días la folclórica Lolita Sevilla triunfaba de manera contundente. Y los productores quisieron tenerla en la película, por el importante tirón en taquilla que suponía el hecho de que su nombre apareciese en el cartel. Berlanga y Bardem le adaptaron un personaje y lo encajaron mejor en la historia. Ya está. Ningún rasgarse de vestiduras ni rechinar de dientes. El resultado ya lo conocéis.
Otro importante problema con el que Berlanga tuvo que lidiar fue la implacable censura. En algún momento su fama de saltarse los recortes censores fue tal que el comité censor empezaba su trabajo a conciencia desde la escritura del guión.
Una muestra de cómo se tomaba Berlanga este asedio se percibe en esta anécdota. El realizador debía entregar sus guiones antes de rodarlos, como era habitual en la época, así que al finalizar uno de ellos, lo entregó al comité y espero unos días el veredicto.
Una mañana, recibió la llamada de su contacto que le anunció que el guión había sido rechazado.
- ¿Cómo puede ser? -dijo Berlanga -No hay nada censurable en ese guión.
- Sí, mira... -contestó su interlocutor -En la primera página dice: Secuencia primera, Gran Vía, exterior, noche. Los transeúntes llenan la calle apresurándose para llegar a los locales de ocio cercanos... Esto lo han censurado.
- ¿Cómo?
- Sí, lo han cortado, como lo oyes.
- Pero, ¿por qué?
- Porque dicen que tratándose de ti, eres capaz de poner entre ese gentío a dos obispos entrando a Chicote, por ejemplo. Y eso es inadmisible. Hasta donde vamos a llegar.
Imagino a Berlanga con su sonrisa de medio lado pensando lo que comentó muchos años más tarde, que aquellos censores hubieran sido unos insuperables guionistas si no hubieran tenido la desgracia de pertenecer a este país en esa época.
Berlanga demostró algo que ya hemos olvidado. Que la gran creación de la inteligencia es la bondad.