Una pieza de cámara que balbucea los códigos genéricos en que se desenvuelve de modo en apariencia amateur, pero en el fondo perversamente calculado.
La historia de un divorciado sin autoestima (John C. Reilly) que logra la atención de una mujer maravillosa (Marisa Tomei, claro) al precio de tener que lidiar con el orondo y disfuncional retoño de esta (Jonah Hill), parece el argumento ideal para una de esas comedias hollywoodenses de las que se estrenan dos por semana, plagadas de enfrentamientos disparatados entre el pretendiente y el hijo de la novia y rematadas, apenas cumplido el metraje mínimo exigible, con una boda frente al Pacífico y una cámara que se eleva a los cielos.
Pero Cyrus es otra cosa. Salvo despiste por nuestra parte, se trata del primer ejemplo de cine mumblecore exhibido comercialmente en España. O, al menos, de lo que queda del mumblecore —caracterizado por la filmación en digital doméstico, los presupuestos ridículos, las situaciones semiimprovisadas, los actores de dicción y técnica discutibles— tras saltar dos de sus más destacados practicantes, los hermanos Mark y Jay Duplass, del underground estadounidense al sistema de estudios; lo que se traduce en más medios, intérpretes reconocidos y distribución mundial.
Cyrus puede bastar como introducción a este estilo entre el minimalismo y lo naturalista: convierte lo que en manos de Gary Winick o Robert Luketic sería incapaz de trascender los moldes de un tipo de comedia bonancible y estereotipado, en una pieza de cámara que farfulla y balbucea los códigos genéricos en que se desenvuelve de modo en apariencia amateur pero perversamente calculado.
El resultado es una comedia que parece en muchos momentos el making of perplejo de una comedia sin gracia; una violación de aquella ecuación de Woody Allen que rezaba "el humor es igual a la tragedia más el tiempo", al obligar al espectador a afrontar numerosas reflexiones implícitas sobre el amor, la soledad y sus patologías respectivas, y a reír apenas habiéndose empapado de su amargura. Un estudio hiperrealista de tres personas llenas de inseguridades y debilidades, a las que podría sorprenderse en un cuarto de estar, la calle o un bar, y que se muestran divertidas ante el objetivo sin pretenderlo, a un paso de lo grotesco o lo patético.
A Cyrus bien se le podría aplicar lo que Jordi Costa ha escrito en el reciente Una risa nueva a propósito, precisamente, de las recientes derivas del género: "una sucesión de pruebas, errores y experimentos radicales, desembocante en la implosión de las señas identitarias de un discurso consagrado habitualmente a la mera evasión". Si el espectador cree que la risa equivale exclusivamente a carcajadas irreflexivas, Cyrus no es su película. Si, en cambio, se ha cansado de reír con el piloto automático y está dispuesto a aceptar que el humor también puede surgir del desconcierto, la provocación, incluso de la tensión psicológica y sociológica, los silencios y los encuadres trémulos, no debería dejar pasar la propuesta de los Duplass.