Los últimos instantes, con ese baile colectivo al son del "Bad" de Michael Jackson, ejemplifican hasta la náusea las triquiñuelas artísticas de los creativos de Dreamworks, empeñados en buscar a cualquier precio la complicidad del público.
Recuerda uno todavía aquellas épocas, no tan lejanas, en que se estrenaban únicamente un par de películas animadas al año: una producida por Disney, y otra de alguna nacionalidad exótica; España, por ejemplo. Cada nueva propuesta era recibida con entusiasmo y curiosidad, y se percibía como un gran adelanto técnico y un medidor fiable de los gustos cambiantes de la infancia.
Actualmente, lo que apuntaba ser una auténtica Edad Dorada de la animación ha devenido, con la excepción de las realizaciones de Pixar y Hayao Miyazaki, pura rutina. Exitosa casi siempre, eso sí, gracias tanto al poder creciente de los niños en el orden familiar como al infantilismo de sus mayores.
Las producciones de estudios como Blue Sky o DreamWorks (responsable de Megamind) ostentan un carácter tediosamente serial; no ya por su recurso sistemático a las secuelas, sino porque las aventuras que nos cuentan carecen de una mínima ambición argumental. Pecan de trilladas, están plagadas de morcillas relacionadas con la cultura mediática, y su falta de rigor, sustancia y carácter las asemeja a un capítulo de Pepe Pótamo.
Megamind se atiene punto por punto a tan depresivas constantes. Como sucedía en la reciente y asimismo mediocre Gru: Mi Villano Favorito, el protagonismo de la película recae en el malo de la función, sin que de ello se infieran novedades dramáticas ni ideológicas, algo que si han procurado Némesis, Irredeemable y otros cómics; en esta ocasión, nos hallamos ante un sosias alienígena de Lex Luthor enfrentado a un émulo de Superman, Metro Man, a quien logra sorprendentemente liquidar. Megamind tendrá así la oportunidad de dominar el mundo, pero eso estará lejos de procurarle la felicidad.
Tampoco que se adscriba a lo que ya puede considerarse un género, el cine de superhéroes, implica que Megamind aporte reflexiones sustanciosas ni revulsivas, como sí hacía Los Increíbles; sino solo aquellas, muy leves, que uno sea capaz de pillar al vuelo entre el torbellino de luz y color en 3D y los continuos vaivenes narrativos, que deben más a las ocurrencias que a la creación con un mínimo de coherencia.
Así las cosas, Megamind hará pasar un buen rato a los espectadores impermeables a cualesquiera defectos que les hagan sentir han tirado el dinero de su entrada; y aburrirá e incluso irritará a los que piensen, como quien esto escribe, que la competencia técnica y el ingenio no son sino las cualidades con las que han de conformarse quienes no poseen ni talento ni inteligencia.