Una atención detenida a las imágenes de este espectáculo cómico y lleno de acción nos revela que, para bien y para mal, sus protagonistas han hecho finalmente realidad en la ficción que habitan las aspiraciones de anteriores personajes de Michel Gondry.
Si el lector vio el anterior largometraje del realizador francés Michel Gondry, Rebobine Por Favor, recordará que sus protagonistas, Mike y Jerry, se veían forzados tras un absurdo percance en el videoclub que regentaba circunstancialmente el primero a recrear de modo casero (suecar lo apodaban ellos) éxitos cinematográficos del pasado. Sobre todo, de los ochenta: Regreso al futuro, Los cazafantasmas, RoboCop...
En el proceso, ambos aprendían a reivindicar su lugar en el mundo gracias a cualidades que hasta entonces nadie, ni siquiera ellos mismos, habían estimado productivas. Como escribió en su crítica de Rebobine Por Favor nuestro compañero José M. Robado, Mike y Jerry personificaron a toda una generación perdida que trata de hacer valer a través de nuestra ventana contemporánea al mundo, el audiovisual, su propia interpretación de las cosas. "Impedido el acceso a la Historia por medios más notables", concluía Robado, "reclamamos la capacidad de reescribir nuestro tiempo y nuestras historias particulares, tema recurrente en los films de Gondry".
En efecto, cada uno a su manera, Puff (Rhys Ifans en la ópera prima del galo, Human Nature), Joel (Jim Carrey en ¡Olvídate de mí!), Stephane (Gael García Bernal en La ciencia del sueño) y hasta el comediante Dave Chappelle en el documental Block Party (2006) se han caracterizado —sin importar que Gondry participase o no como argumentista de sus peripecias— tanto por su inadaptación a la realidad como por sus intentos de frutos dispares por acomodarse creativamente a ella, con una inocencia discutible en un entorno en el que la inocencia ha pasado a ser otro valor de cambio.
Esquizofrenia que el mismo Gondry ha ejemplificado en sus películas, anuncios y vídeos musicales (encuadrados en una cultura de mercado y sofisticada), gracias a su recurso a la extrañeza y lo artesanal, así como a una estrategia de despiste multimedia e ideológica: el año pasado, Gondry fue capaz de embarcarse a la vez en la película que nos ocupa, superproducción de noventa millones de dólares que ansiaba dirigir desde hacía quince años; en un retrato intimista de su tía, L'épine dans le couer; y en ejercer como jurado de unos premios concedidos a videoclips "porque me han pagado una gran cantidad de dinero por ello".
Características tan poco armónicas se dan la mano en The Green Hornet. Aunque, en apariencia, la película sea sólo otra pulcra y sencilla muestra del cine superheroico hoy en boga, a partir de una fórmula que en Estados Unidos había hecho fortuna previa en seriales radiofónicos, cinematográficos y televisivos y en el cómic, y que en España nunca ha tenido demasiados seguidores: El Avispón Verde, aventuras de un enmascarado llamado Britt Reid que alterna la lucha contra el crimen junto a su fiel ayudante Kato con la comprometida dirección del diario The Daily Sentinel.
Sin embargo, ya el guión de Evan Goldberg y Seth Rogen (intérprete además de Britt Reid) va más allá de la frivolidad que ha distinguido las dos entregas de Iron Man y heredará presumiblemente Green Lantern. Goldberg y Rogen, que habían hecho gala antes de su gamberrismo en Supersalidos (2006) y Superfumados (2008), respetan la estructura tradicional de complejos, orígenes y dilemas del héroe, sus dificultades para compaginar su vida normal y la justiciera y su victoria final; pero ridiculizan y relativizan perversamente a los personajes y sus motivaciones, arrancando a menudo la carcajada y cuestionando los cimientos morales del género.
Con todo, es Gondry quien eleva sutilmente The Green Hornet a otro nivel. Establece entre los cuatro protagonistas —pues también tienen su peso en la película la secretaria de Reid, encarnada por Cameron Diaz, y el villano Chudnofsky (sic), un maravilloso Christoph Waltz— una dinámica que deja sistemáticamente al descubierto las inseguridades y frustraciones de todos ellos, su condición de alienados en un relato que se empeñan en domar con frágiles pertrechos; recupera con espíritu casi infantil y la ayuda del montador Michael Tronick (colaborador durante años de Tony Scott y Chuck Russell) la atmósfera destrozona y anárquica de actioners de los ochenta como la saga Arma Letal; y descoloca al público subvirtiendo secuencias clave mediante un tono inesperado o su ubicación en escenarios chocantes; véase al respecto el clímax en la redacción del periódico.
Habrá quien afirme que en The Green Hornet Gondry ha desaparecido como autor; que se ha plegado a los designios de Rogen y Goldberg, también productores ejecutivos de la película, y a los requerimientos de un blockbuster. Pero una atención detenida a las imágenes de su última película nos revela más bien que Britt Reid y Kato se han limitado a hacer realidad en su ficción las aspiraciones de Jerry, Mike y las demás criaturas del cine del francés; han logrado abrirse un hueco en el cine de gran espectáculo de sus mayores suecando sus constantes y doblegándolas a su medida. Otra cosa es que su simbiosis con aquello que pretendían conquistar haya llegado a ser tan estrecha que a lo mejor han desaparecido en el proceso. Es el problema de no tener claro qué facetas de los sueños hacer realidad: "Me han pagado una gran cantidad de dinero por ello".