Sin entrar en debates farragosos sobre su naturaleza, poca duda debería existir sobre la funcionalidad del cine, o dicho de forma más gráfica, sobre su bilateralidad: el relato de una historia que es recibido por otra parte. La obviedad no lo es tanto atendiendo a delirios creativos de algunos que, con la excusa del subrayado de la autoría, acaban olvidando que en algún momento alguien debería ver esa película para que esta tuviera sentido, y que al revés que otras formas de expresión, el cine requiere un público mayor (no ya por cuestiones de financiación, incluso por lo que el cine como lugar supone). Que haya productos más o menos marginales no altera una realidad demasiado básica como para que algunos sigan reclamando financiación para sus propios proyectos con independencia del seguimiento posterior (por más que sea justo que la pidan, como en cualquier sector, entendiendo que poco sentido tiene para el celuloide acumular polvo).

Si bien esta idea pueda cuestionarse por algunas realidades molestas, como historias de producción para no dormir con buscavidas profesionales capaces de rentabilizar una cinta antes de su estreno (y con independencia de que este se produzca), su sentido está claro. Ahora bien ¿y el sentido de la crítica?

Probablemente, como pieza de entretenimiento haya pocas tan cuestionables como esta lectura en concreto. Y tan de moda. Básicamente porque quienes la practican convirtiéndola en moda son los únicos que no la cuestionan. Los que acaban atrincherándose en su propio subsector, con una entidad cada vez más indiferente, para realizar sus propios monólogos y relacionarse sólo entre otros de la misma naturaleza, practicando idéntica afición, enardeciéndose en debates trasnochados y dibujando un esperpéntico paisaje con más críticos que lectores, y en que los lectores, mayoritariamente son los propios críticos. Para más inri, cuando alguien fuera del círculo se asoma a su texto buscando orientación, prácticamente sabe de antemano que no la encontrará (o le costará poco aprenderlo). Es fácil pronosticar que se irritará con las acumulaciones de términos grandilocuentes y rodeos absurdos que algunos practican, reafirmando aquello de que sólo a ellos les interesa su texto, poniendo todavía con su deseo de exhibir lenguaje más barreras al lector.

La división de los subtipos la publicamos en un especial en esta revista hace ya algún tiempo, y desde entonces la progresión parece seguir su curso: cada vez más publicaciones inundando las búsquedas con la misma saturación de cine, mayoritariamente con una oquedad alarmante. Cada vez menos posibilidad de que aquello termine por interesar. Y quizá así sea, aunque pueda tratarse de algo cíclico: el cine y sus debates no parecen vivir su mejor momento fuera de estos núcleos cada vez más localizados.

Puede que la crítica tuviera sentido como suplemento en forma de columna para los periódicos, cuando los periódicos tenían sentido. Puede que por el contrario, lo que reclamaba era un foro para que el lector insultara al crítico por sus opiniones divergentes, y así se perfeccionara su relación. Algunos entre tanto hacen leña de los pesudointelectuales y sus divagaciones y por momentos da pena, por momentos resulta divertido.