Peca de ambiciosa y de excesivo afán por trascender.
Suele achacarse a ciertos realizadores debutantes sus excesivas ansias por incluir en las historias de sus títulos de debut demasiados elementos cinematográficos de distinta procedencia –así como todos los trucos que han aprendido en las escuelas de cine correspondientes–, que acaban por convertir su primera experiencia tras la cámara en un aparatoso batiburrillo que podía haber salido mejor parado con mayor humildad.
El firmante de Franklyn, Gerald McMorrow, se ajusta perfectamente a estas coordenadas. En su afán por contarlo absolutamente todo en su primera referencia –aparte de algunos cortometrajes y creaciones en el terreno de la publicidad–, ha acabado entregándonos una película para la que valen prácticamente todas las etiquetas que podamos imaginar, y que en su hora y media de duración trata tantos temas distintos que acaba por abrumar y confundir al espectador, con el riesgo de dejarlo al borde del aburrimiento causado por el desinterés en lo narrado.
Según se nos ha vendido en las promociones, Franklyn nos sitúa en Ciudad Intermedia, una gótica ciudad futurista donde un vigilante enmascarado intenta funcionar al margen de los poderes establecidos. Sin embargo, ese argumento ocupa sólo una pequeña parte de la cinta, ya que también somos testigos de las historias de tres personajes que se mueven por el Londres actual, cada uno con sus vicisitudes y todos ellos enfrentados a sus fantasmas personales.
Durante buena parte del metraje somos testigos de los diferentes movimientos que van haciendo los cuatro protagonistas en sus respectivos microcosmos, sin que entre ninguno de ellos se vea el más mínimo atisbo de interconexión. A fuerza de ir acumulando datos de modo enmarañado y de ofrecer pocas respuestas al espectador –que en determinados momentos podría llegar a temerse la falta de una explicación coherente–, es inevitable caer en un ligero sopor, únicamente compensado por una resolución final no por previsible más acertada que el resto de lo presenciado hasta el momento.
Cabe reseñar el diseño de los escenarios de esa gris Ciudad Intermedia, parte de la trama donde encontramos ecos de Dark city (Alex Proyas), los monólogos y la máscara del Rorschach de Watchmen (Zack Snyder) –así como una escena de pelea prácticamente calcada de aquélla o de 300– o al Sr. Smith de Matrix (Andy y Larry Wachowski). Lástima que esta parte de la producción, que se hace servir como engañoso reclamo para parte del público, acabe desdibujándose y quedando en un segundo plano después del prometedor arranque del film.
En la parte más realista y terrenal hallamos, como apuntábamos arriba, un buen número de temáticas: drama familiar, thriller psicológico, romance, mundos paralelos, realidad y sueños, locura... que acaban por unirse a los tratados en la vertiente fantástica, como por ejemplo la crítica a la religión o consideraciones filosóficas de diverso calado.
En resumidas cuentas, Franklyn peca de ambiciosa y de afán por trascender, y su tono algo pretencioso socava una propuesta, por otra parte, original como pocas en el panorama actual. Así pues, estamos ante un rara avis del celuloide, destinado a pasar sin pena ni gloria por nuestra cartelera, a la vista de su limitada distribución y del retraso de dos años con el que finalmente ha llegado a las pantallas españolas.