A estas alturas ya es innegable que si a la serie de videojuegos Resident Evil le vienen asociadas unas características muy marcadas, a la serie de películas basada en su nombre le pasa lo mismo pero en otra dirección, sin que estas coincidan más que en algunos elementos mínimos a los que obliga la temática.
Con un género como el de los muertos vivientes, que tiene presencias regulares en la cartelera –recientemente incluso una versión autoparódica con Zombies Party– y que no hace mucho nos brindó con El Amanecer de los Muertos una explendida demostración de miedo equilibrado, de angustia psicológica, es extraño que una propuesta con tanto renombre y posibilidades se lance con semejante procacidad a los rasgos más superficiales de la ‘action movie’, al terror de susto obvio, y a la rentabilización de rostros agraciados olvidando totalmente el protagonismo de los no muertos.
Milla Jovovich, transmutada en un personaje tipo Matrix que por experimentos médicos lo puede todo, sigue alargando una carrera por el cine que inició a los 9 años y en las que ha tenido tiempo para todo (destacan Chaplin de Sir Richard Attenbough, El Quinto Elemento de Luc Besson o Juana de Arco del mismo realizador). También es cierto que desde los 11 años está acostumbrada a prestar su imagen al servicio de la moda, por lo que poco le cuesta hacer lo propio para el mundo del cine, como podría haberlo hecho en el de la música si en algún momento hubiera anunciado veleidosamente que esa era su vocación.