Toda su carga ideológica arroja ideas sobre la libertad y la mancomunidad de bienes extendiendo su diatriba a cualquier cosa que le viene en gana.
Para aquellos nostálgicos acérrimos que piensan que todo lo que toca Jean-Luc Godard se convierte en oro, una advertencia, están equivocados. Los tiempos en los que hacía piezas incomensurables e imperecederas como Al final de la escapada (1960) o El desprecio (1963) han pasado a mejor vida. Sin embargo, cincuenta años después, lo que implica decir mucho, sus nuevas obras se enmarcan dentro de una corriente experimental que muy pocos pueden presumir de pertenecer a ella. La que hoy nos ocupa, su última entelequia, es un perfecto ejemplo del cine al que se suscribe el autor en los últimos años basado en la deconstrucción de las imágenes.
Rodada en formato digital, Film socialisme es un compendio de juicios basado en un cruce constante de personajes, contextos y sentencias que se enmarcan dentro de una narrativa abstracta. Es como si este filme fuera una cumbre de masturbación del intelecto del autor en torno a un torrente de doctrinas. Se podría decir incluso que se trata de un ejercicio de verbalización automática de ideas, traducida al lenguaje fílmico. Es como si estuviéramos jugando a un brainstorming desaforado bajo unos parámetros temáticos determinados.
La cinta –socialista, sí- se anuncia como una sinfonía en tres movimientos. Godard articula todo un discurso intelectual en torno a unos epígrafes que se estructuran en tres supuestos episodios. Pero no es el propio discurso el que resulta intelectualmente elevado sino que es el propio realizador quien lo plantea así. Es Godard quien opta por ofrecer unas líneas argumentales amplias donde se proponen multitud de opiniones abiertas que nunca llegan a cerrarse.
Toda su carga ideológica arroja ideas sobre la libertad y la mancomunidad de bienes extendiendo su diatriba a cualquier cosa que le viene en gana. Podemos contemplar enunciados sobre la descomposición de Europa, sobre el dinero, las guerras y los diversos procesos históricos del siglo XX sin lograr nunca una conclusión o una lectura científica. Se asiste a un esbozo de lo que, según el autor, suponen lugares como Egipto, Palestina, Moscú o Barcelona, siempre desde una perspectiva trágica, a la par que subjetiva. Mediante estas ciudades, habla de la alineación provocada por la globalización, realiza una crítica de los valores de la Revolución Francesa y así hasta plantear infinidad de temas.
Y es que el saco que ofrece Godard en esta obra es tan amplio que cualquier cosa que se le ocurra puede caber en él. Film socialisme podría durar tres horas, o seis , o diez, porque se permite toda la libertad onanista que le place a su director. Es por ello, que la obra contiene pasajes absolutamente envolventes y otros definitivamente tediosos, por lo que el espectador ha de estar predispuesto a digerir una composición extraña hasta decir basta que no parece tener límites ni estar sujeta a ningún tipo de convención cinematográfica.
Pese a ello, Godard es un maestro de las imágenes y su capacidad comunicativa, logrando crear un ejercicio insólito que ya quisieran muchos para sí, aunque sólo fuera para engrosar sus credenciales. Film socialisme es una cosa extraña, incluso podríamos decir que demasiado inaccesible por la estructura formal que plantea, pero supone un punto de inflexión a tener en cuenta, lo cual no se puede decir que sea poco trabajo.