A menudo las quejas sobre las reiteraciones en los modos del cine, son responsabilidad única de quienes maldicen sus recurrencias. Resulta tan sencillo culpar a mecánicos directores, a obsesivos productores y a guionistas del copia y pega, de que nos encontremos una y otra vez ante la misma función, como culpar a la cocinera que nos sirve día tras día el mismo menú cuando es el único que aceptamos.

Probablemente sólo entre los cinéfilos existe de forma homogénea una corriente para apreciar la diferenciación de productos alternativos. Algo que a su vez ha sido culpable de otros tantos diablos con la forma de documentales soporíferos, dramas prosaicos que se ensañaban con nosotros tanto como con sus personajes, muestras de costumbrismo exótico de ritmo catatónico… variedades que no son sino calamidades bendecidas en festivales de cine sin más salida que la salivación de los gafipastas.

Aunque también están los que dentro de la ficción o géneros más convencionales saben apreciar una cierta corrección en los modos, a partir de la cual emprender la búsqueda de nuevas vías. Los que antes de irse hacia las propuestas extrañas prefieren indagar en la originalidad de las clásicas y que por ello ven por encima de puntuales defectos.

Skyline parece que pasó desapercibida hasta para esta publicación. Y merece ser destacada porque bien podríamos estar ante uno de esos casos que podría ser apreciada si se subrayara su diferenciación y si se puntuasen los esfuerzos por esquivar el tufillo a telefilm. Algo que permitiría reconocer entonces un aroma añejo a Serie B entre sus secuencias, variante que a menudo ha sido valiosa como forma de explorar posibilidades y reconocida sólo con posterioridad. En este caso, es la habilidad previa de sus realizadores la que ha servido para que un proyecto con escaso presupuesto se defienda frente a sus límites: los hermanos Strause a la dirección cuentan con un currículum saturado de títulos de primera línea en los efectos visuales (desde X-Men a Iron Man, pasando por Benjamin Button, El Increíble Hulk, El día de Mañana, 2012… y así hasta sus primeros trabajos con Titanic y El profesor Chiflado); Joshua Cordes y Liam O’Donell se pasan aquí al guión tras una carrera exactamente en la misma profesión y con títulos de igual nivel (incluyendo Avatar, 300 y muchos otros coincidentes con sus compañeros). Todos son la mejor explicación de cómo se han forzado por encima de los goznes sus posibilidades para recrear una invasión marciana, algo que hacen con referentes cercanos como Monstruoso y Distrito 9, guías aparentes de lo que entienden debería funcionar con la audiencia… si bien en esta ocasión parece que esta no comulga.

Puede que entre los motivos por los que Skyline no logra seducir se encuentren sus superficiales personajes -sin llegar al extremo de las slasher movies-, algunos absurdos momentos de guión, el escaso carisma en el diseño de los indestructibles enemigos, o su tibieza en el desenlace. Pero puede que sobre todo lo que se eche de menos sea los modos tercamente repetitivos de bodrios superlativos con empaque a lo Independence Day, de la que Skyline se burla socarronamente en una de sus escenas. Entre tanto y con otra perspectiva, explicando las reacciones contradictorias que ha despetado la película, hay quien aprecia su propia atmósfera, su libertad argumental y que todas las carencias anteriores permitan supeditarlo todo a lo que debería ser la experiencia propuesta: una simple invasión marciana como forma alternativa al Apocalipsis que la ficción dibuja una y otra vez estos días, como cansino reflejo de la que se lee entre líneas de los principales tabloides.

Entre tanto hay quien llega al extremo de quejarse y preguntarse por qué algo como Skyline no sale directamente en DVD. Para ellos haría falta alguien como Gere, Clooney o Will Smith peleándose con bichos con antenas y sobreviviendo a la caída de varias ciudades con una limpia sonrisa.